De pronto el sonido de una pequeña campanilla resonó en cada rincón de esa sala, causando que aquella mujer sellara sus labios, mostrando una expresión severa. —Pueden retirarse—expresó la mujer cruzando los dedos de sus manos manteniéndose inmóvil sobre su sitio para observar el cómo los esclavos se levantaban y continuaban con sus caminos, aquello parecía ya una rutina, pero entonces su mirada me ubicó y sabiendo que yo era una extraña, frunció el ceño y bajo los peldaños para aproximarse a mí. Al notar su proximidad, me obligué a mí misma a levantarme a pesar de mi propio suplicio. —¿Quién eres tú? —me dijo con aire suntuoso. Estaba acostumbrada a que las personas se dirigiera a mí de esa forma, siempre mostrándose imponentes en mi presencia para enseñarme la miseria de mi propia ex
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