⚠️Capítulo con contenido explícito y sensible.
Siento sus labios sobre los míos, mi piel está caliente y el contacto de su lengua contra mi piel le da un poco de calma a mi necesidad.
No tengo miedo de esto, pero por alguna razón siento culpa, culpa de estar sintiendo placer con cada maldita caricia que me esta proporcionando su lengua venenosa.
Sus dedos tocan ese punto sensible entre mis piernas y yo me retuerzo de placer, mis ojos se presionan con fuerza y mis labios se entre abren gimiendo.
Su lengua lame mi piel y baja hasta mi intimidad, entierra su nariz en ella e inhala profundamente para después poner su cara entre mis piernas y comenzar a lamer.
No puedo realmente explicar lo extraño que se siente verlo ahí, mientras lame mi se.xo y lo devora como quien estaba muriendo de hambre y frente a él se encuentra el mejor manjar jamás probado.
Mi cuerpo comienza a sudar y a vibrar al mismo tiempo, mis manos se enredan en su cabello y sin pudor alguno abro las piernas para que siga lamiendo con tanta dedicación mientras me deshago entre gemidos y movimientos pélvicos que solo provocan más placer al restregarle mi humedad en la cara.
Llevo mis manos hasta mis pechos y los acaricio. Sus puntas están duras, como si el invierno estuviera aquí aunque esté ardiendo en el infierno.
Siento algo entrar en mi y el placer se mezcla con dolor, su lengua experimentada me hace romper en placer llevando la sensación desde mi pelvis a mi bajo vientre y de ahí a todo mi cuerpo.
Algo sale y entra de nuevo en mi y de apoco voy sintiendo menos dolor y más placer. Mi cadera se mueve mientras Adán deja besos de vuelta hasta mis pechos, sus ojos se clavan en los míos y todo ese calor acumulado en mi cuerpo se desvanece con su siguiente acción.
—Santificado sea tu nombre, Ginebra. –murmura mientras saca de mi interior una cruz de madera y la lleva hasta sus labios lamiendo sin pudor alguno la humedad que gotea por ella.
Me levanto de golpe y puedo ver un poco de la media luz que refleja la luna en la habitación. Estoy sola, por lo menos él no está aquí. Me dejo caer en la cama y me hago bolita, no puedo seguir con esto, prefiero morir. Mi cuerpo aún está sufriendo de los espasmos del sueño, sé muchas cosas sobre se.xo, pero desconocía que se pudiera tener un orgasmo en un sueño y que se sintiera en la vida real.
—Dios, perdóname por haber caído en la tentación, perdóname por ser débil de pensamiento y permitir que la imagen de Adán Martell haya corrompido mi mente.
Me pongo de rodillas en el piso y me persigno antes de hacer lo único que me hace sentir segura.
—Pater noster, qui es in caelis, sanctificetur nomen tuum. (Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre...)
***
La luz del sol en mi rostro me obliga a abrir los ojos, mi cuerpo duele y es que no es para menos si amanecí en el suelo, dormida en posición fetal.
Me levanto despacio y me siento en el borde de la cama, es entonces que mis ojos lo ven, sentado en una silla con solo una toalla enredada en su cuerpo.
Sus ojos me escanean con fijeza a tal grado de hacerme sentir incómoda, solo puedo jalar la sábana y cubrirme.
—¿Crees que eso va a impedir que te vea o que me veas? Ay Gin, ¿Aún no lo entiendes? Entre más rápido te acostumbres a estar aquí va a ser mejor, no pienso dejarte ir así que.
—Pues yo no voy a darte lo que quieres, ¡Jamás! ¿Me oyes? Primero muerta antes que...
Su risa me interrumpe y se levanta de la silla caminando por la habitación, sin pena alguna se quita la toalla que cubre su desnudez y yo cubro mis ojos.
—Hermana Marie, ¿Por qué no miras? Anoche no podías despegar tus ojos de mi.
—Me obligaste a verte.
—¿Y te gustó? Me causa cierta curiosidad saber que opinas de mi. ¿Soy sexy?
—Eres un idiota.
—Apuesto a que piensas que soy un idiota caliente. ¿Nunca viste a un hombre? Por qué sigues siendo virgen o de lo contrario no habrías estado en ese lugar. ¿No había sacerdotes calientes?
—¿Cómo te atreves a hablar así? –cuestiono sintiendo la rabia comenzar a subir–. Qué falta de respeto la tuya, eres un hereje sin temor a Dios.
—¿Por qué habría de temerle a dios cuando es amor y bondad? Dios es bueno incluso con los pecadores, solo hay que arrepentirse y ya.
—Por favor, por piedad, déjame ir. –pido en un hilo de voz–, si estás buscando que alguien pague por mi déjame decirte que no hay nadie que lo haga, estaba ahí por qué...–me silencio antes de cometer un error.
—Yo no te traje aquí para pedir un rescate, sé que no tienes dinero y que prácticamente el convento era lo único que tenías.
—Entonces no entiendo.
—No necesitas entender, solo aprender. Hoy pediré que vayan a traerte ropa por qué no tienes nada para vestirte, aunque Gabriel me lo advirtió no pensé en eso antes así que, hoy por la tarde lo tendrás.
—No quiero ropa, quiero mi hábito.
—Por mucho que me gustaría follarte con eso puesto, sería muy raro que mi esposa vistiera así, no necesito eso, así que en cuanto llegue la ropa te la pones.
—Quiero elegirla. –sentencio y me doy la vuelta para no mirarlo.
—No vas a elegir nada preciosa, todo será a mi gusto.
—No la usaré.
—Entonces vivirás desnuda o con esa ropa que llevas puesta, por qué no habrá otra. Decide, es fácil hacerlo, ¿O acaso quieres aparecer en las reuniones con mi gente vestida así? Ni loco te saco se esta casa vistiendo una pijama.
¿Salir? ¿De modo que este idiota va a presumirme como si fuese un trofeo? La sangre se me calienta de nuevo pero algo hace click dentro de mi.
Si él sale y yo con él, tengo una mínima posibilidad de escapar, solo debo ser paciente.
—Arderás en el mármol del infierno y ni todo el arrepentimiento será suficiente para que dios perdone todo lo que estás haciendo. Te odio, Adán Martell. –aseguro caminando lejos de él pero sus palabras me detienen.
—Mateo 22:39. –dice y casi puedo apostar que sonríe por qué sabe que sé lo que significa pero dudo mucho que así sea.
—¿Vas a venir a hablarme de versículos? ¿A mí?
Se acerca hasta donde estoy y se para frente a mí, es imponente su estatura en comparación conmigo.
—No eres la única que se pone a rezar por las noches cuando las pesadillas te impiden seguir durmiendo. Sanctificetur nomen tuum, Guinevere. (Santificado sea tu nombre Ginebra) –murmura antes de salir de la habitación.
Mateo 22:39, Amarás a tu prójimo como a ti mismo.