Angelica White
«Lo quiero encuerado al volante mientras conduce por la autopista con esa boca suya diciendo cosas sucias al ritmo del motor».
Esa es la primera frase que me viene a la mente cuando interiorizo las suyas.
«¿Por qué este hombre tiene que ser así de descarado… y gustarme tanto?».
Trago saliva cuando siento que mis piernas son de algodón. No sé si es por lo que dijo o por lo que imagino cuando lo repito en mi cabeza, con esa voz ronca y ese maldito acento que hace que mi nombre suene más como una promesa que como una palabra común.
Pero me digo que es suficiente de darle el gusto, porque es obvio que sabe el efecto que tiene, y me concentro en lo verdaderamente importante ahora.
Dar un paso, mirar a mi alrededor, ignorar el calor en mi centro y sonreír como mujer de catál
