23

1873 Palabras
DIEGO —Tienes a Brianna contenta, cuando te fuiste de la fiesta estaba echa una furia —me cuenta Travis, y no podría importarme menos—. Te dijimos que esa tía se iba a hacer ilusiones. —No es mi problema —replico. Toda esta panda de gente sabe para lo que usaba a Brianna, y ella misma debía saberlo. Pone los ojos en blanco y le pega una calada a su canuto. Apesta a hierba, no sería la primera vez que nos echan la charla los de seguridad del campus. —Lo será —dice sin más, y prefiero pasarlo por alto—. ¿Te quedas después de clase a tomar unas cervezas? —No lo sé. Quiero recoger a Maggie del instituto y hacer algo juntos, lo que sea. Podría traerla y darle una vuelta por el campus, o aprovechar que Nate trabaja para llevarla a su apartamento y follarla por todas partes. —¿Por esa tía? No empieces a mariconear. Aunque con lo buena que está no es para menos —dice, y cuando se me cruza por la cabeza empujarle el cigarro por la garganta, se echa a reír—. Sólo te estoy tomando el pelo, tío. Pero tráela. —Ya veré que hago —respondo sin más. De todas formas lo que haga no es de su incumbencia. Travis es un buen tío dentro de lo que cabe, cuando no va drogado hasta las cejas es hasta medio inteligente. Como el resto de mis colegas, que me han escuchado hablar un sin fin de veces de Margaret cuando iba borracho de narices. —Ya sabes dónde estaremos. Reservaremos dos sillas por si acaso. Resoplo al coger otro camino a mi facultad y sacudo la mano sin darle importancia. Tengo otras ideas mejores que compartir a Maggie con esta panda de gente, con drogadictos fumetas y las tías del grupo a las que me he follado. Por eso ni respondo al grupo cuando me preguntan si al final voy a pasarme. Conduzco al insituto después de mi última clase y la espero mientras fumo apoyado en el capó. Estoy inquieto como un puto niñato que ve a la chica que le flipa; será porque soy esto: un tío que ha conseguido a la chica que lo vuelve loco. Llevo años asumiendo que entre nosotros esto no pasaría, porque cuando me fijé en ella fue única y exclusivamente porque se convirtió en una rubia impresionante a la que los vaqueros le hacían un culo increíble. Mis compañeros de clase por aquel entonces empezaron a babear por ella, y yo también. Me pavoneé de poder estar cerca suya como si fuera un trofeo. Les daba envidia al resto de chicos y era divertido. Entonces, empezaron a querer estar con ella, a pedirle salir y a soltar comentarios sobre su culo o sobre las miles de cosas que le harían... De sólo recordarlo estoy apretando los puños. Y así empezó mi problema. Enfadándome porque otros querían quitármela. Alejarme de Maggie era una idea cojonuda. Sé que ella —antes de lo que sea que le ha cambiado en la cabeza— no me miraba de esta forma ni de coña. Éramos amigos, punto. Ella conocería algún otro gilipollas y, eventualmente, tendría una vida ajena a mi. Y era una puta mierda. Sería como quedarme sin las últimas cosas que realmente conozco de la vida. Sin ella, o sin sus padres. Le pego una calada a mi cigarro, pensando que debería haberle aceptado algo de maría a Travis. Cuando suena la campana, tan fuerte que me irrita, una manada de estudiantes salen a empujones. No debería sentirme tan nervioso. No debería, pero lo hago. Quiero verla. Me hace sentir... emocionado. Es curioso, porque hemos llegado a extremos donde Maggie debería odiarme, y sé que la he llevado al límite, pero sigue ahí. Esa certeza, saber que ella siempre vuelve, que incluso después de nuestras peores peleas, de mis peores decisiones, ella termina mirándome con esos ojos de "aquí estoy", me da una calma que no consigo en ningún otro lado. Tal vez sea por eso que me aferro a ella. Porque, al final, no importa lo que pase, Maggie siempre regresa. La veo entre la multitud riéndo con sus amigas. Me enderezo contra el capó del coche, tirando el cigarro y dejando que el humo se disipe. Es difícil no verla. Tiene una presencia magnética. El viento le oscila el pelo rubio y ondulado a la espalda; largo, rozándole el culo. Para mi suerte ella me ve antes de que eche a caminar al autobús y me toque seguirla. Por un momento parece tan sorprendida de verme aquí que creo que sólo me saluda para asegurarse de que soy yo. Se despide y la veo avanzar. —¡Hola! —canturrea—. No sabía que hoy hacías de chofer. —Estás a tiempo de irte en autobús —bromeo. Ella se ríe y se aparta el pelo de la cara. Ladea la cabeza y se muerde los carrillos, está deseando decirme algo. —Me sorprende verte aquí —confiesa. —¿Tan impredecible soy? Ella hace una mueca juguetona y niega con la cabeza, dejando claro que sí, que soy impredecible y bastante. —Yo diría que eres contradictorio. Pero supongo que le da emoción a la cosa. Así nunca sé qué esperar. Es de lo más emocionante —dice, y no sé si bromea o si lo dice enserio. Nos metemos en el coche y empiezo a calcular a dónde coño quiero llevarla. ¿Al cine? Sé que clase de películas le gustan, de esas que la ponen a llorar así que no sé ni por qué las ve. De todas formas en el cine no se puede hablar y seguro que terminamos discutiendo por la cartelera. Podría llevarla al campus, enseñárselo a fondo, pero si me encuentro a Travis o a alguno de los otros capullos seguro que nos terminan arrastrando con ellos y no me apetece. —He hablado con el orientador —escucho su voz y la observo unos segundos parados en un semáforo—. Todavía no sé qué quiero hacer en la universidad y si lo retraso más me veo un año entero en casa. —Podrías meterte a mi carrera, te reservaría la silla a mi lado. Ahora tengo a un tío que no deja de aplastar el bolígrafo contra la madera, voy a terminar clavándoselo en un ojo. —Se me daría fatal —admite. Y yo lo sé, sólo era otra fantasía—. No sé... Espero que el orientador me pueda aclarar algo. —Podrías hacerte cobradora con lo pesada que resultas a veces. Me hace burla y, suspirando, se aplasta contra el asiento. No sabía que todo esto de los estudios la tuviera así. No recuerdo a Maggie siendo muy estudiosa, pero ha sacado todo adelante, y parece una tía tan segura capaz de encararme hasta a mí, que parece mentira que esté tan preocupada por su futuro. Cuando pasamos por un parque estoy a punto de ofrecerle dar un paseo, ser como una de las tantas parejas de tontos que caminan de la mano con pies sincronizados, pero cómo no sé si vamos a ir de la mano o si va a ser jodidamente raro hacerlo, sigo conduciendo hasta su casa. Recoge la mochila de sus pies y se arrastra hasta la entrada. Sus padres no están y la cantidad de cosas que quiero hacerla son más vívidas que mientras las fantaseaba. Llevo todo el día distraído porque cada vez que cierro los ojos la veo de nuevo, arrodillada como esta mañana en la ducha, con su boca subiendo y bajando por mi polla. Sólo recordar eso me pone como una moto. Pero intento calmarme. La última cosa que quiero es que piense que soy un animal que sólo la ve para esto. —Tengo algo para ti —la escucho—. Ven. La sigo por las escaleras hasta su habitación. Todo está como siempre y huele tan a ella y a ese perfume que lleva usando toda la vida, que me siento tranquilo. Se pone a rebuscar en el joyero, inclinada tan hacia delante que los dedos me pican por deshacerla de esos pantalones y azotarla. Miro alrededor para distraerme. Tiene un vestido colgado de una percha fuera del armario, azul eléctrico, y parece tan sexy ahí colgado que estoy por pedirle que me lo modele. —¿Es el vestido para la graduación? Ella lo mira y resopla. —Sí —dice, sin ponerse a hablar sobre cómo lo ha encontrado, o las ganas que tienes de comprarse unos zapatos a juego—. Aquí está... Toma. —De sus dedos cuelga una cadena de oro fina, femenina, demasiado para que yo la use—. Para que pongas la alianza de Lotte. La tienes sobre la cómoda y la llevas de un lado a otro suelta, se te va a perder. Miro la cadena entre sus dedos, sintiendo un nudo en el estómago. Perder la alianza de mi abuela es una de las pocas cosas que más loco me volvería y eso que yo intento pensar en ella lo menos posible. Evito el tema como evito mi casa o las fotos de mi galería. A Maggie no parece importarle eso, nunca le importa empujarme al límite; ha pensado en algo tan sencillo y tan personal que no sé ni qué decirle. La tomo de su mano con suavidad, evitando mirarla demasiado para que no note cómo me remueve esto por dentro. Maggie es la única persona que haría esto, la única que se preocupa lo suficiente como para notar un detalle tan pequeño. Mientras deslizo el anillo en la cadena y me la cuelgo del cuello, sus dedos se acercan a mi pecho, ajustando la cadena sin pedir permiso, con esa familiaridad que me pone de los nervios y me calma al mismo tiempo. La observo en silencio, notando cada detalle: sus pestañas, su expresión concentrada, cómo frunce ligeramente el ceño cuando se esfuerza. Esto significa más de lo que me atrevo a admitir. Elimino el espacio que nos separa sin otro pensamiento que pegar mi boca a la suya. Cede ante mí de inmediato, de manera voluntaria y absoluta. Se inclina hacia mí, suspirando contra mi aliento, y yo agarro su rostro con las dos manos y devoro su sabor. La escucho reírse, tranquila, y me devuelve a la realidad de que esto no es otra de mis fantasías. —¿Que te hace tanta gracia? —Nada, es que... Cuando te he visto esperándome antes no sabía ni cómo reaccionar. He estado a punto de saltarte encima. Joder, eso me hubiera flipado. Es lo que esperaba. —Deberías haberlo hecho. Suelta otra de sus risitas, mientras me envuelve el cuello con sus brazos. —Lo tendré en cuenta por si me pasas a buscar mañana, y pasado, y pasado... —Suena a que me estás usando. —Y no es que me moleste. —A cambio yo te dejo usarme también... —la forma en la que sus labios pronuncian guarradas tan sutiles me pone más que cualquier obscenidad explícita.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR