02

1691 Palabras
Andrés. Me despierto cinco minutos antes de que suene la alarma. La ansiedad no me dejó dormir muy bien y, aún así, me siento lleno de energía. Escucho los ronquidos de mi hermano mientras camino de mi habitación al baño y suspiro. Antes era él quien se levantaba temprano, ahora los papeles cambiaron. Cuando le dije que iba a empezar a trabajar se rio como un desquiciado por media hora, hasta que comprendió que yo hablaba en serio y no era ninguna broma. Luego me felicitó y me dijo que iba a hacer una fiesta en mi honor... la cual, obviamente, no hizo. Termino de ducharme y me voy a la cocina para desayunar. En realidad, odio comer por la mañana, pero no me queda otra. Es eso o desmayarme del hambre a media mañana, así que caliento un poco de pan en el microondas junto a una taza de café. Mientras tomo el desayuno, con la bebida casi fría y asquerosamente dulce a causa del chorro de edulcorante líquido que le eché, reviso mis nuevos mensajes. Tengo miles y eso que anoche me fui a dormir sin ninguna novedad. Entre charlas de algunas chicas pidiéndome atención, amigos, ex integrantes de mi banda y fans, encuentro uno que me llama la atención y me hace esbozar la primera sonrisa del día. Al fin me mandó un mensaje, aunque es más una orden que algo bueno. Un simple y frío "No llegues tarde". Estoy a punto de responderle, pero decido dejarla en visto para que vea cómo se siente... La decisión no me dura ni cinco minutos porque al instante estoy escribiendo un "Ok :)" y le doy a enviar. No sirvo para hacerme el difícil. Luego de darle el último trago a mi infusión, me abrigo bien y me dispongo a salir, pero me detengo al no encontrar la llave por ningún lado. Revuelvo la casa como un loco, pero sigo sin encontrarla. Hacer esto me da mala sensación, me hace recordar cuando estaba en rehabilitación y revisaba todos los rincones para encontrar algo que me calmara, así que dejo de buscar por un instante, aunque vuelvo a apurarme en cuanto me doy cuenta de que me faltan cinco minutos para llegar a tiempo. —¿Qué es ese escándalo que estás haciendo? —interroga Emanuel apareciendo de repente, con el pelo despeinado, la camiseta al revés y el pantalón mal abrochado. Desde que está con Merlina se volvió un desastre, pero me encanta porque es él mismo. —Es que perdí la llave —replico con preocupación. —¡Cuándo no! Ya no llegas a tiempo... —dice mirando el reloj colgado en la pared. Chasquea la lengua y se pone a buscar conmigo—. No te puedo dar la mía porque también tengo que salir —agrega. Unos minutos después, me doy cuenta de que la tengo en la mano y me quiero morir. Desperdicié diez valiosos minutos buscando algo que tenía en la mano. No pierdo la cabeza porque la tengo pegada, diría mi papá. —¡La encontré! —exclamo para que mi hermano la deje de buscar. Me da vergüenza admitir que la tenía sin darme cuenta—. Me voy corriendo porque la morocha me espera. Lo saludo brevemente con un gesto y salgo de la casa. El frío me pega de lleno y considero volver para ponerme algo más caliente, pero sería una pérdida de tiempo, así que acelero el paso para llegar lo más rápido posible a la cafetería que ya debe estar caliente gracias a su aire acondicionado. Cuando llego al local, toco la puerta y me abre Celeste. Me da un beso en la mejilla a modo de saludo y me hace un ademán con la mano para que pase. Entro en calor enseguida, no por la temperatura del ambiente, sino por lo tremendamente hermosa que está hoy la morena. Al no tener delantal puesto puedo apreciar mejor sus curvas, y el jean que trae puesto le queda pegado, resaltando sus atributos. Siento que se me cae la saliva. Sacudo la cabeza y respiro hondo, tengo que concentrarme en trabajar o me va a ir muy mal. —Buen día, jefa —digo acercándome a ella con expresión seductora. Rueda los ojos y, antes de que pueda dar un paso más, me tira un delantal que cae justo sobre mi cara. —Buen día. Ese es tuyo, tenés que lavarlo todos los días, hay varios de repuesto en el depósito, pero intenta cuidarlo —comenta con seriedad. Borro mi sonrisa y asiento con la cabeza. Genial, es una aguafiestas. Creo que va a ser una jefa muy mala, pero por algún motivo me excita que me domine. Uff, tengo que dejar de pensar en estas cosas. —Perfecto —replico—. Entonces... ¿cuál sería mi meta de hoy? Celeste y ella cruzan una mirada traviesa y me da un poco de miedo... ¡No puedo creer que me mandaron a limpiar los baños! Esto es completamente asqueroso, nunca había sentido tantas ganas de vomitar en mi vida. Si me molesta limpiar mi propia mierda, ¿cómo no va a molestarme limpiar la de otros? Contengo una arcada cuando paso el cepillo por el inodoro. Está bien, estoy siendo un poco exagerado porque en realidad no está tan sucio, pero el olor a baño público es lo que me está matando. Contengo la respiración y continúo mi tarea, tengo que demostrar que soy fuerte y que me aguanto todo, sino Angeles me va a ver como un hombre débil y no quiero eso. En realidad, ni sé si se llama Angeles, pero claramente la voy a llamar así hasta que al final me diga su nombre. Comienzo a cantar para hacer pasar el tiempo y concentrarme en otra cosa que no sea el olor a baño mezclado con desinfectante. Canto cualquier cosa que se me venga a la mente, directamente estoy inventando la canción en este mismo momento. —Café, quiero el café de tus labios, quiero el café de tu piel... na, na, na... —digo sin decidirme por una melodía. —¿Ya terminaste? —cuestiona Celeste de repente, asustándome. Me pongo de pie y asiento rápidamente con la cabeza como para que no se dé cuenta de que estoy mintiendo, pero si sigo encerrado acá voy a terminar vomitando de verdad. Ella se ríe y niega con incredulidad, pero no dice nada—. Vamos, negrito, te tengo que enseñar a hacer el café. —Uf, no me dicen negrito desde los cinco años. Mi apodo es Andy, por favor. —Bueno, Andy, te pido que te laves las manos así te explico cómo funciona la máquina. Le hago caso a lo que dice y me lavo las manos con profundidad. Siento que tengo un millón de bacterias caminando por mis dedos y me siento sucio. —¿Por qué no me enseña la jefa? —pregunto interesado cuando llegamos a la cafetera—. ¿No se supone que es ella la gerente? —¡Eso me ofende un poco! —replica mi acompañante con expresión herida—. Para que sepas, también soy tu jefa. Probablemente no te importe porque estás embobado con mi querida prima, pero... —¿Son primas? —la interrumpo—. ¡No se parecen en nada! —¿Y qué? No todos los primos se parecen... —contesta, y hace un gesto como si estuviera diciendo algo obvio—. ¿Acaso vos sos idéntico a tus primos? —Mmm, la verdad no me acuerdo, no los veo hace un montón. —Me encojo de hombros—. Aunque pensándolo bien, tenés razón, ni siquiera me parezco a mi hermano... Deja de responderme para enseñarme a usar la máquina. Hago de cuenta que la entendí, pero tiene tantas cápsulas, funciones y sabores que quedé mareado. Creo que si le pregunto voy a quedar como un tonto, así que le digo que está todo perfecto. Luego veo tutoriales para saber cómo se usa y listo. —El de la mesa cuatro quiere un capuchino con crema de cacao, así que podrías hacerlo así se lo llevas —me dice sonriendo. Aprieto la mandíbula e intento verme normal mientras busco todo lo necesario, a lo que ella suelta una carcajada. —Andy, dejá, lo hago yo... mejor lavá las tazas. Chasqueo la lengua y comienzo a lavar. —¿Qué pasó? —dice la morocha reponiendo las medialunas que están en el mostrador. —No entendió cómo se usa la máquina —replica su prima. Angeles se ríe por lo bajo, pero no dice nada. Genial, ya quedé como un idiota. Y yo no me siento inseguro nunca, pero notar que están cuchicheando detrás de mí me hace sentir diminuto. Tengo que pensar en que nunca me importó lo que dicen los demás sobre mí, así que levanto la cabeza y continúo lavando. Jamás voy a perder mi dignidad, ni por una chica. —Andrés —me llama ella, provocando que mis oídos se deleiten ante la dulzura de mi nombre saliendo de sus labios. Dirijo mi mirada a su rostro y me pierdo en sus ojos negros por un momento—. Queremos hacer algo nuevo... estamos planeando que los viernes y sábados por la noche la cafetería se convierta en un bar, y sabemos que cantás muy bien y tenías un grupo muy conocido, así que nos gustaría que seas, mmm, el invitado especial o el anfitrión de algún karaoke, no sé, si se te ocurre alguna idea mejor para hacer algo entretenido, podés decirle a Celeste o a mí. —Perfecto —respondo con velocidad sin dejar de lavar—. Voy a estar pensando durante esta semana y les comento mis ideas, a ver qué me dicen. Sonrío y ella murmura un tímido gracias. Bueno, quizás no sea una jefa tan mala. Esto que me propuso me hace pensar en que es mi oportunidad para demostrar lo que soy capaz de hacer y en lo que mejor me va: dar un buen show.
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