—Tengo… que alcanzarla… yo… –trato de ir hacia la puerta de embarque por la que se acaba de ir Gina, pero unos fuertes brazos no me lo permiten–. Suel...tame, Evan, suelta...me. ¡Suéltame!
Trato con todas mis fuerzas de zafarme, pero mi hermano corta de manera tajante mis intenciones, tomándome por los hombros y haciendo que lo mire de frente.
—De nada serviría que te vayas ahora detrás de ella, Pete –su mirada compasiva me hace sentir aún peor, una sensación filosa atraviesa mi garganta y las lágrimas no han dejado de salir–. Por favor, escúchame. Tienes que darle tiempo para que se acuerde de ti, de seguro ella misma vendrá a buscarte.
—¿Y si no? –pregunto con voz hueca, sintiendo mis fuerzas desfallecer nuevamente–. Tú mismo dijiste que quizás no se acuerde nunca.
—Son casos muy r
