Abrazarse Parte 2

1910 Palabras
– Sarah y yo no somos hermanas – comenzó diciendo Regina y se humedeció los labios – nosotras somos dos personas que vivieron en la misma casa. Nada más. La frase se sintió pesada, porque era similar a la relación que tenía con Leo – Sarah y Jorge son hermanos, y no hablo de que sean mellizos o hayan nacido el mismo día, me refiero a que lo son – quiso abrazar el concepto y solo logró acariciarlo – después de los rumores, el abuelo se molestó, mamá se enojó, amenazó con irse de la casa, papá intentó hacer control de daños para no tener a su padre y a su esposa peleando todo el día. Y de repente todos llegaron a un consenso. Una perfecta solución que evitaría las peleas, mantendría el matrimonio de mis padres y dejaría a todos satisfechos. Tratarme como si no fuera parte de la familia. Leo bajó la mirada. – Fue la perfecta solución. – No digas eso – la interrumpió y deseó tener una frase que la hiciera sentir mejor, pero nada vino a su mente, consolar a las personas jamás fue su fuerte. Siempre perdía la paciencia y decía algo equivocado. – Estoy bien – dijo Regina – eso fue hace siglos, ya no me afecta. Si eso fuera cierto, no se habría terminado una caja de pañuelos mientras lloraba en la sesión de terapia. Pero no iba a decirlo – mi relación con mis hermanos es de lo peor. Ellos no me quieren, yo no los quiero. Y ahora que robé su herencia, las cosas se complicaron. – Tú no les robaste – dijo Leo – no escribiste el testamento, no ordenaste la prueba de ADN y no te involucraste en la relación de tus padres. – Lo sé – sonrió Regina – igual, es lo que mis hermanos piensan. Guardó para sí misma las palabras de Jorge y la segunda prueba de ADN que le hicieron el día del testamento porque nadie creía que ella fuera la única hija biológica de Lucas Duarte. Leo resopló. – Lo que importa, es que si me presento frente a Sarah y le digo que soy la persona que invirtió en su empresa ella se volverá loca. Y no exagero – juntó las manos – sobre la ayuda legal, por favor solo habla con Víctor y si tenemos que ir a juicio contrataré a otra persona, no lo tomes personal, pero va a ser muy obvio que yo te envíe. Leo asintió – veré solo el aspecto legal y si necesito más información se la pediré a Víctor. – Gracias – sonrió Regina y se levantó del comedor sin ganas de volver a sentarse. Leo se quedó un par de minutos más. Algo pasó. No hacía falta ser un genio, Regina llegó llorando, no recordaba su última conversación, salió del baño con los ojos más hinchados y estaba tan agobiada, que se quedó dormida toda la tarde. Algo pasó ese día y lo que fuera, Regina no iba a hablar sobre ello. Esa noche Leo no pudo dormir, en parte por la siesta que tomó esa tarde y porque seguía preguntándose qué fue lo que pasó. ¿Qué haría llorar a Regina? Para que fuera a ese nivel tenía que estar relacionado con su familia. Y ese suceso era tan grave que Regina prefería revelar la conflictiva relación que guardaba con sus hermanos, antes que confesar en dónde estuvo y qué hacía. Leo se levantó, tomó su celular y miró la ubicación que le envió Regina. Cerca de ese punto no había muchos negocios que resaltaran, un hotel, un gimnasio…, ninguna tienda de las que ella acostumbraba visitar. Guardó la ubicación para revisarla más tarde. A la mañana siguiente compraron los utensilios y muebles que estaban en la lista, pasaron a comer y de regreso en la casa, después de acomodar la mesa. Regina dijo. – ¿Puedo abrazarte? ¡Le estaba pidiendo permiso! La Regina que Leo conocía jamás pedía permiso, ella actuaba. Fue así desde la adolescencia. No le importaba lo que otros dijeran o pensaran de ella, si Regina lo quería, ella lo tomaba. Con mucha seguridad, soltura y una sonrisa. Con el paso de los segundos, Regina asumió que la respuesta era “no” y se levantó – iré a mirar los cuadros para ver cuál podemos poner. – Espera – dijo Leo poniéndose de pie – puedes hacerlo. Se sentía extraño responder a esa petición, porque nunca antes alguien le pidió permiso para tocarlo. Regina temió que él cambiara de opinión, abrió los brazos y se aferró con fuerza, enterrando la cabeza el hombro de Leo. Era cálido y muy cómodo. No se había sentido de esa forma en mucho tiempo y no buscaba extender esa sensación, porque si lo hacía le dolería más el perderla. Solo necesitaba quedarse así un par de minutos más, lo suficiente para cerrar los ojos y olvidar lo que estaba pasando a su alrededor. Era todo lo que quería. – Gracias – sonrió y se apartó – ahora sé qué cuadro voy a poner. Leo tomó su mano para no dejarla ir – ¿qué está pasando? Regina sintió pánico – acabo de recordarlo, no hemos comido, iré a revisar la cocina. Muero de hambre – dijo y presionó la mano de Leo para que él la liberara, pero Leo no lo permitió. Regina lo miró – ¿pasa algo? – Si el problema con tu familia escala o se sale de control. Promete que me lo dirás – pidió. Las manos de Regina comenzaron a sudar – no creo que lo de Sarah sea algo grave, no la conoces. Apuesto a que saldrá del problema sin ayuda. Leo presionó su mano con más fuerza sin proponérselo – hablo de lo que te pasó ayer. Regina desvió la mirada. – Si se vuelve más importante, promete que me lo dirás. Regina cerró los ojos, no podía decirle que el problema no era su familia, tampoco Sarah. La persona que la tenía así, era él. Su larga historia puesta sobre la mesa como un mal juego de Monopoly en el que tuvo todo el dinero desde el comienzo y aun así perdió. ¿Cómo podía decirle algo así? “No puedes mentir, ocultar tus emociones, guardar secretos e intentar tener una relación honesta” Si Regina pudiera decirle a Leo lo que le pasaba o confesarle que se enamoró de él desde que tenía diez años. No habría tenido la necesidad de ir a terapia. – Lo prometo – respondió con un tono de voz tan bajo, que era apenas un susurro – prometo que sí se sale de mi control o siento que no puedo manejarlo. Te pediré ayuda – intentó sonreír. Leo la soltó, dio un paso hacia un costado y tropezó con el sillón. Regina se sintió confundida – tú, ¿estás bien? – Sí – respondió de prisa. ***** – ¿Estás bien? – preguntó Clara. Leo se talló los ojos – seguro, todo bien. Me quedé en casa de Javier para trabajar en el proyecto de fin de semestre, una vez que me gradúe estaré menos ocupado. Lo prometo. – Mentiroso – soltó Clara. Leo recargó la cabeza sobre el respaldo del sillón – sí necesitas algo, solo dilo. Estoy cansado. Había fallado como hermano. Nunca supo que su hermana tenía novio hasta el día en que les reveló que estaba embarazada y sabía que algo más estaba pasando, podía intuirlo. Pero estaba agotado, física y mentalmente. Aún no se graduaba, tenía la pasantía y gracias a su hermana y a su reciente embarazo, debía trabajar desde antes de tener su título. No le quedaba tiempo ni para pensar en su futuro y trágicamente, sus maestros querían que elaborara su CV y se preparara para el futuro. Cada vez que iba a casa se sentía más agobiado. Por eso se quedaba con Javier. – Estoy bien – respondió Clara, no porque se sintiera a salvo, sino porque eso era lo que Leo necesitaba escuchar para quedarse otra noche fuera de casa – si aparece algo que no pueda controlar, pediré tu ayuda. – Ok – respondió Leo y colgó la llamada. Esa noche no pudo dormir. Despertaba cada media hora y miraba por la ventana, tenía la extraña sensación de que había algo afuera y que debía salir para revisar. Pero era una tontería creada por su cabeza por la sobresaturación de trabajo. Tardó en quedarse dormido y se levantó tarde. Javier no era de ayuda, una vez que se tumbaba sobre la cama, se quedaba completamente dormido y nadie lo despertaba hasta pasado el mediodía. Subieron al metro. Leo cargaba las mochilas de los dos mientras Javier llevaba los audífonos y cantaba a todo pulmón mientras avanzaban. Leo seguía preocupado y sentía que debía adelantarse. Pero continúo caminando lentamente, al paso de Javier, porque en el fondo, no quería volver a casa. – Oye, ¿quieres un refresco? – preguntó Javier. Era obvio que tuviera sed, llevaba media hora cantando. – No, compra tú – dijo Leo y no soportó el sentimiento que traía en el pecho – me adelantaré. Esa conversación telefónica fue la última que tuvo con su hermana, la última vez que escuchó su voz y la ignoró. Sorpresivamente, una vez que su hermana murió y él tuvo el accidente. El tiempo se detuvo y su agenda que estaba llena de problemas, proyectos y pendientes. Se vació. ***** Escuchar a Regina repetir esas palabras le trajo un dolor en el pecho y una sensación amarga. No quería llegar tarde otra vez, el problema era que no sabía hacia qué dirección ir. Fue al refrigerador para buscar agua y hielos. Regina lo siguió y frenó su imaginación. Leo cerró el refrigerador – iré por una cerveza. Regina nunca tenía alcohol en su casa, y como Leo tampoco compró, asumió que él no bebía. – ¿Quieres algo? – Frituras. Me gustan – movió la mano intentando recordar los nombres – iré contigo – dijo y tomó su bolso. Aún era de día, pero el ocaso se aproximaba, Leo respiró profundamente y caminó de prisa. De pronto se detuvo y regresó la mirada. Regina llevaba tacones altos y caminaba despacio. La esperó. Llegaron al final de la cuadra, cruzaron la calle y entraron a la tienda. Leo fue directo al refrigerador, eligió un paquete de cervezas, miró a Regina y agarró una bebida preparada. Ella compró cacahuates, papas y todo lo que creyó que combinaría con una cerveza. Leo miró todas las bolsas y ambos extendieron su tarjeta. El empleado miró a ambos y tomó la tarjeta de Leo. Llevaron todo en bolsas y regresaron. Para entonces, el cielo comenzaba a oscurecerse. En casa, Regina puso las bolsas sobre la mesa del comedor – quise recordar cuál de todos estos te gustaba, eran…, ¿estos? – dudó – compré un poco de todo. Leo miró las latas en su bolsa, como no sabía lo que Regina bebía, hizo lo mismo que ella, comprar un poco de todo. ¿No era más fácil preguntar? Vivían juntos, pero no sabían comunicarse, Leo lo encontró irónico y miró dentro de la bolsa – me gustan los cacahuates. – Lo sabía – pensó Regina. – ¿Cuál de estos te gusta? – preguntó Leo. Regina echó un vistazo – este. Leo destapó una lata de cerveza – salud. – Salud.
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