Lo que no diré

1787 Palabras
Mi hermana ya tenía alquilado el local para su tienda, Víctor fue a verlo y volvió con varias fotografías. La remodelación me iba a costar una fortuna. – ¿Qué te parece? – preguntó Víctor. – Bien – respondí con desgana. Víctor sonrió – la inauguración será a finales de marzo, ¿tienes planeado ir? – Demasiado pronto, ¿consiguieron el espejo? – Sí – respondió y buscó la imagen en su galería – es muy impresionante, hace un mapeo del rostro, analiza el porcentaje del daño en la piel, los productos que funcionarán, todo lo necesario, el espejo casi podría atenderte solo. Él era el impresionado, yo no quería pensar en mi hermana o en su negocio. – ¿Qué tienes? – Nada. Víctor alzó las cejas – genial, iré a hacer algunas llamadas, pronto vendrá alguien a valorar la mansión de tu abuelo para saber en cuánto puedes venderla. – ¿Por qué? Él se detuvo y me miró muy fijamente – es una mansión antigua, de cien o doscientos años, necesitamos un evaluador. – No, te pregunto por qué quieres venderla. – Fue tu idea, una de las primeras cosas que me dijiste fue que no querías conservar la casa, mencionaste lo mucho que se paga de impuestos, los salarios de los empleados, el mantenimiento, ¿ya lo olvidaste? Lo hice – no la vendas. – De acuerdo – dijo él y tomó sus cosas – iré abajo, avísame cuando dejes de tener, “nada” Mi cita con Leo seguía en mi cabeza, tenía la casa que siempre quise, era dueña de la mansión del abuelo, sus acciones, dos tercios de su fortuna, podía hacer lo que quisiera, y ahí estaba, preguntándome por qué me sentía tan vacía. He visto a mi madre volver loco a mi padre por años, vi a mi abuelo amar tanto a una mujer, que pasó toda su vida acumulando regalos para ella, también vi a mi tía dejarlo todo para irse con el hombre que amaba, sé que el amor es un sentimiento tan contradictorio, que te lleva al cielo y al infierno, al mismo tiempo. Pero cuando Leo está conmigo, nunca dejó de ser el hombre racional y sereno, yo no lo ponía nervioso, no lo hacía dudar, ni le arrancaba miradas de lujuria, yo era la amiga eterna y tenía esa idea en mi cabeza, de que el resto de nuestra relación, los preparativos, la boda, el año de matrimonio, todo iba a ser así, los dos actuando como buenos amigos. En la mente de Leo primero estaba Antonio, luego su familia, su trabajo, sus amigos y al final, yo. Esa era la idea a la que tenía que aferrarme, así que la estrujé entre mis dedos. “Quiero verte, ¿cuándo terminarás tu trabajo?”, escribí y envié el mensaje, él me llamó. – Estaré libre en una semana. – Perfecto, haré una cita en una tienda, es la favorita de mi papá, venden trajes hechos a la medida. – ¡Vas a comprarme un traje! – Si vas a ir conmigo a la cena de aniversario de Obsidiana, tienes que ir muy bien presentado. Él no protestó, pero algo el sonido de su resoplido me hizo ver su resistencia, Leo nunca fue un hombre vanidoso, no disfruta de los lujos innecesarios y no está acostumbrado a ellos. – Él estará ahí – hablé de Antonio – mi familia también, y no es sobre el traje, ni el reloj que lleves, o la marca de zapatos, es la forma en que te verás cuando estés a mi lado, sí de verdad quieres pararte en el mismo mundo que Antonio y convertirte en el tipo de persona a quien no podrá dejar atrás, vas a tener que hacer algunos sacrificios. Hubo una pequeña pausa y él respondió – envíame la dirección, te veré en la tienda. – Perfecto. Leo detesta a Antonio, y es lo justo, yo tampoco sería fan de un hombre que cometió homicidio, me atropelló y se fue al extranjero a disfrutar de la vida, pero yo estaba agradecida de que Antonio existiera, porque sin él, no nos habríamos casado. La semana pasó, le envíe un mensaje y Leo me respondió con un “ok” Fue cuando miré el historial de mensajes y me di cuenta de algo, yo era la única enviando mensajes, todos los “te amo”, “te quiero”, “te extraño”, en los que pude pensar, y del lado de Leo había un par de “ok” Sentí que estaba teniendo una relación conmigo misma, tomé mi saco como si fuera la vaina de una espada, ajusté los botones y salí de casa para ir a verlo. Leo estaba en la entrada, le hice una seña para que entrara después de mí, di mi nombre en la recepción y nos asignaron una habitación, generalmente la usaban para las parejas que se prueban vestidos de novia, así que tenía mucha privacidad. Leo me acompañó sin decir ni una sola palabra, fue muy cooperativo esa noche. – Bienvenidos. – Hola, mi novio y yo iremos a una fiesta y quiero que esté presentable, necesitamos un traje a la medida, en color gris, una camisa blanca y nos llevaremos un reloj de marca. – En seguida. Leo metió las manos a los bolsillos, yo me quité el saco, debajo traía una blusa escotada, sin tirantes y el collar con mi nombre, me senté y crucé las piernas para observar. – Te estás divirtiendo demasiado con todo esto – me dijo Leo. – ¿Yo?, para nada – sonreí. La encargada le pidió que se quitara el saco para tomarle medidas, sentí un poco de celos y de la nada, me levanté – yo lo haré – le quité la cinta y lo miré – vi una escena como esta en una película y siempre quise hacerlo, ¿qué dices? – Claro, sigue burlándote de mí, me las pagarás. – ¿En serio? – Los dejaremos solos un momento – dijo la encargada. Era el tipo de ambiente que deseaba, ambos, actuando como pareja, no como amigos que se encontraban para comer y apenas y se tocaban, o pasaban el tiempo hablando sobre anécdotas. No me interesaba el pasado, lo que quería era el futuro. Tomé la cinta y medí su cuello, me di la vuelta y me paré de puntas para medir su espalda, el brazo, tamaño del puño y al llegar al pecho, me paré delante suyo y lo abracé, con la excusa de tener una buena medida, él subió la mirada y unos minutos después el personal de la tienda volvió. Nos mostraron tres opciones, trajes perfectos, en su talla y con diseños exclusivos, solo bastaba con elegir un modelo y le harían un traje a la medida, intenté que el ambiente fuera especial, pero él me miraba esperando que yo decidiera y después resoplaba. Se probó un traje y yo me puse de pie – ese, es perfecto. – Ordenaremos el modelo y en unos días estará listo. Leo se miró en el espejo – es muy parecido al último que vimos, y a los otros cinco. – No, son muy diferentes, confía en mí, este es el estilo que te queda mejor – sonreí. Trajeron los zapatos, elegí uno, aparte compré el traje que se había medido y él se cambió para mirarse en el espejo – te falta algo – le dije, ya antes le había dado una señal a la encargada y ella trajo un reloj en un estuche, dorado, estilo clásico. Leo retrajo su mano, tomó el estuche y lo revisó, pero no encontró el precio – no necesito esto. – No es por necesidad, es por presencia – le dije y le pedí a la encargada que nos dejara solos – apuesto diez a uno, a que tu payaso usa un reloj igual a este, o más caro, no para ver la hora, solo para traerlo en la muñeca – mostré el brazalete que llevaba. Leo aceptó el reloj y lo miró con cautela, yo tomé su mano para ponérselo. – Suficiente del show – me dijo y comenzó a quitarse el saco. – Aún no, falta la cita de esta noche, llevarás el traje, estrenarás los zapatos e irás conmigo a tomar una copa – sujeté la camisa y pasé los dedos por los botones para liberar el botón de la parte superior – tienen que vernos muchas personas. Volví a ponerme el saco antes de salir de la tienda, pero no lo abroché, nos separamos para ir en coches diferentes y llegamos a Nocturne Royale. El dueño del bar es el hijo del fundador de Obsidiana, es un bar muy sofisticado, con iluminación tenue, una barra de mármol, cócteles servidos en cristalería impecable y una atmósfera relajada, las estaciones no son tan privadas como en Obsidiana, algunas solo están separadas por cortinas y otras tienen paredes de cristal, estás aislado, pero sigues siendo parte de la fiesta. Leo permaneció en la entrada, tomó mi mano para no perdernos y yo lo llevé a una de las estaciones, con grandes sillones que parecían camas, una esfera de luz en el techo y una vista perfecta de la pista. – Y, ¿qué piensas? Creí que estaría entusiasmado, que se dejaría llevar un poco, pero él se veía distante, mucho más que en la tienda, notó que yo lo miraba y volteó – ¿vienes seguido a este lugar? – No demasiado, a mis amigas les gustaba, es tranquilo. – ¿Tranquilo?, tengo que hablar en tu oído para que me escuches. – Comparado con otros lugares – respondí. En realidad, esa era la noche romántica, a determinada hora las luces se apagan casi en su totalidad, el ruido es fuerte, si quieres comunicarte tienes que acercarte a tu pareja y venden chocolates exclusivos que funcionan como afrodisiacos – ordenaré algo. – No hace falta – dijo él, tomando mi mano. – Hay un consumo mínimo, si no ordenamos, nos sacarán de esta habitación – le guiñé el ojo. Una mesera con una blusa blanca que tenía un gran corazón dibujado nos llevó las bebidas y los dulces, la puso sobre la mesa junto con una cubeta de hielo y nos deseó una buena noche. Yo tomé una de las bebidas y le quité la cereza, después saqué mi celular – quiero que veas algo, este es nuestro historial de chat, el que vamos a usar para demostrar que estamos saliendo. El 90% de los mensajes son míos, se supone que vamos a casarnos. Coloqué la cereza entre mis dientes y él me besó.
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