8

1684 Palabras
A la media mañana, me voy a comer una manzana porque el café del desayuno ya está haciendo efecto en el hambre, por lo que me dirijo a la cocina para buscar la bolsita que traje con mi comida. Esta vez fui precavida, no pienso volver a pensar en salir a comer afuera en mi horario de almuerzo después de lo de ayer. Agarro la fruta que está envuelta cuidadosamente en un papel film, la lavo y me apoyo contra una mesada para comerla. Todo está muy tranquilo, Alejandro se fue de nuevo, los albañiles trabajan con entusiasmo y me hacen caso, yo terminé de recorrer la mansión y al fin tengo un momento libre. De pronto, como si mi cuerpo supiera que está a punto de entrar, un escalofríos me recorre y mi corazón late con rapidez un segundo antes de que él, quien últimamente me está sacando el sueño, pase por la puerta. Entra silbando, pero se detiene en seco cuando nota mi presencia. —Buenas… —dice esbozando una sonrisa—. ¿Cómo estás? —Hola, bien —replico con tono cortante. De pronto se me hace difícil tragar la manzana. —¿Te gustaron las flores? —interroga tirando su cabello hacia atrás. Es demasiado sexy. —Sí, me gustaron, pero no te las acepto. Es más, las podés devolver o tirar de donde vinieron… me parece que se las cortaste a la señora Blackstar y te va a matar si se da cuenta. —Primero, las compré en una florería porque te vi admirándolas ayer, y segundo… ¿por qué no las aceptás? Me hace sentir un poco mal. —No las acepto porque… a ver, ambos somos empleados que trabajan para una mujer muy famosa y yo necesito este empleo y supongo que vos también, por lo que entre nosotros no puede haber ningún tipo de vínculo. Además, siento que las flores me las estás dando para comprarme por algún motivo y la verdad que no estoy con ganas de jugar y no estoy disponible para absolutamente nada que no tenga que ver con el trabajo —contesto con rapidez, para sonar lo más creíble posible. Me queda mirando con diversión, suspira y se rasca el puente de la nariz. —Bonita, solo es una ofrenda de disculpas por lo que hice ayer… no te hagas la película, soy un hombre difícil. —Me guiña un ojo y me quedo con la manzana a medio camino, no puedo creer que haya dicho semejante tontería—. Por cierto, por más linda que seas, tampoco voy a caer ante tus encantos —agrega con tono burlón. No puedo emitir ni una sola palabra, solo siento mi cara roja y mis ojos a punto de salirse de sus cuencas. —¿Mis encantos? —terminó preguntando, no puedo evitar soltar una carcajada irónica—. Ni que quisiera conquistarte, ya sé que estás mal de la cabeza. Para colmo, el que se acerca a mí hablándome de sexo o tonterías, sos vos, no soy yo. Se cruza de brazos y levanta el mentón para mirarme con expresión desafiante. Sus ojos azules se iluminan de una manera que me calienta por completo, y para disimular le doy una mordida tan fuerte a la manzana que me deja doliendo la mandíbula. —Esa es la manzana del pecado —susurra dando pasos hacia mí. Oh, acá empieza de nuevo con sus palabras sensuales y sus malas frases de seductor. Para alejarme de él, voy hasta el tacho de basura y tiro la fruta que estaba comiendo. Ni siquiera pude terminarla. —¿Ves que sos vos el que me busca? ¡Basta! —exclamo cuando no puedo alejarme más y me choco contra una pared. Él aprovecha ese momento para pegarse a mí y me rodea con sus brazos, de modo que no tengo escapatoria. —Yo no te estoy buscando, solo me gusta hablar así con vos… puedo sentir el calor que emanas y tu respiración agitada. —Se encoge de hombros y una sonrisa traviesa ilumina su rostro—. Aceptá mis flores y te dejo libre. —Ni quiero tus malditas flores —mascullo entre dientes, estoy pendiendo de un hilo, sumergiéndome en el mar de sus ojos y de sus labios tan llamativos—. Estoy trabajando, ¿te podés mover? Encima que llegás tarde, seguís perdiendo el tiempo… —No te enojes, pero puedo ver cómo me mirás y no te culpo, sé lo que causo en las mujeres. —Ruedo los ojos. —Lo único que provocás en mí es repugnancia —contesto sin mirarlo. —¿Segura? El muy maldito se pega más a mí y puedo sentir algo duro entre sus piernas. Trago saliva y solo rezo que sea el martillo metido en su bolsillo. —Vos también me hacés sentir muchas cosas, pero todas ellas me gustan —expresa murmurando a centímetros de mis labios. Mil cosquillas se apoderan de mi estómago y se extienden hasta el final de mis extremidades, sintiendo que me vuelvo agua. Debo admitir que me vuelva loca, pero el que sea tan descarado y diga esas cosas sin siquiera conocerme me impiden ser quien soy, porque si fuera por mí, en este mismísimo momento le comería la boca. Se relame los labios y, al ver que no digo nada, se aleja con un suspiro. Acomoda su uniforme y me observa con interés. —Bueno, voy a comenzar con mi trabajo, llegué tarde y estoy atrasado. Nos vemos luego, espero que aún así aceptes mis flores —dice antes de desaparecer por la puerta. Suelto una profunda exhalación y mojo un poco mi rostro para que se me vaya lo sonrojado. Me siento como una adolescente llena de hormonas viendo a algún crush, pero no puedo evitarlo. Provoca demasiadas cosas con apenas unas palabras y ni siquiera puedo disimularlo. Quizás, solo quizás, si no lo hubiera visto casi desnudo el otro día no me estaría pasando esto. Podría hacer de cuenta que es un hombre común y corriente, aguantar sus comentarios sexuales y pasar la semana y media restante sin problemas. Sí, voy a hacer eso. Cada vez que lo vea, voy a pensar en mi ex y así todo se me va a pasar. Suelto una risita por lo bajo, cada vez me estoy poniendo peor. —¿Estás bien? —me pregunta Mariela entrando a la cocina. Asiento con la cabeza, dándome cuenta de que aún no sequé mi rostro. Agarro una servilleta de papel y me limpio. —Sí, solo tenía calor y vine a refrescarme —digo—. Ya vuelvo a trabajar. —Quiero agradecerte por tomar en cuenta la opinión que tenemos sobre el cuarto, la verdad es que hasta ahora nunca nadie nos había preguntado y… bueno, nos pone muy contentos. Antes de que el señor falleciera, era todo como él quería. No nos trataba mal, pero como éramos una especie de huéspedes no teníamos derecho a decir nada —continúa. Frunzo el ceño. —¿Huéspedes? —inquiero confundida. Hace un sonido afirmativo—. ¿Hace cuánto trabajan acá? Noto duda en sus ojos y sé que está pensando en si contarme o no, solo le doy un poco de tiempo para que se decida. Resopla y me dedica una sonrisa cargada de tristeza. —Bueno, la verdad es que mi hermano y yo somos huérfanos, bah, nuestros padres murieron cuando cumplimos quince años y estuvimos un tiempo en un orfanato, pero nadie nos quería por ser grandes, entonces vinimos acá a buscar trabajo, pedimos que por favor nos dejen entrar, y ellos dudaban ya que éramos menores y los Blackstar no querían tener problemas legales por explotación de menores o algo de eso —explica. Toma una pausa y prosigue—. Entonces Amanda dijo que iba a hacer papeles de adopción para que nos podamos quedar y no tener problemas. —¿O sea que son hijos adoptivos? —cuestiono atónita. Eso sí no me lo esperaba. —Sí, pero como ves, no somos tratados como hijos, sino como sirvientes. —Se encoge de hombros—. Alejandro ni siquiera nos presta atención, solo Amanda es buena con nosotros, supongo que en parte nos tomó cariño. Ellos pagaron nuestros estudios hasta que terminamos y decidimos no entrar a la universidad, así que solo quedamos trabajando para ellos. —¿Y por qué no estudian? Cuando sean grandes le dará mucha más independencia —replico—. Si tienen la oportunidad, deberían aprovecharla. —Es que yo quiero ser bailarina, pero me da vergüenza pedirle eso a Amanda —murmura con timidez. —¡Eso es genial! Deberías decirle sin ninguna duda, estoy segura de que ella te apoyaría. ¿Y tu hermano? —Él no quiere saber nada, solo le gustan las flores. En fin, te dejo ir, creo que tenés mucho trabajo… —Asiento y comienzo a caminar, pero me detiene—. Ayer te vi con el otro chico en la piscina —comenta. Mi corazón se detiene por un momento—. No dije nada, tranquila, pero no deberían hacer eso. Alejandro podría estar dando vueltas y si los ve, es un despido asegurado. —Lo sé, es que el muy tonto me tiró al agua cuando fui a sacarlo —replico—. Gracias por no decir nada, no se va a volver a repetir. Salgo corriendo de la cocina y me dirijo con velocidad al cuarto que estoy reformando. Lucas está ahí, aún lijando la otra parte de la pared. Cierro de un portazo y se detiene para mirarme con expresión interrogante. —Vamos a hablar con seriedad, quiero dejarte muchas cosas en claro y quiero que me escuches con atención, sin sonreír con ironía y sin comentarios fuera de lugar —digo sin pensarlo. Asiente con la cabeza y, por una vez, noto que realmente me está prestando atención, así que me quedo en blanco—. A partir de hoy, nos vamos a dirigir la palabra solo para cosas relacionadas estrictamente con la construcción, ¿quedó claro? No quiero perder mi trabajo por tus estupideces. —Quedó claro —replica de mala gana y poniendo los ojos en blanco—, pero que también quede claro que, una vez terminemos esto, me voy a sacar todas las ganas que te tengo. Es lo último fuera de lugar que voy a decir. Me sonríe con aspecto travieso y luego hace un gesto como cerrándose la boca con un candado y tirando la llave. Al menos ahora sé que voy a estar tranquila los días que quedan, si es que realmente me prestó atención en lo que dije.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR