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1399 Palabras
Lucas. —¿Quién era esa? —me pregunta mi hermana con diversión, al ver que Malena me mira con mala cara y yo me quedo con la palabra en la boca. Debería salir corriendo detrás de ella, explicarle que no es lo que piensa, pero quizás ni siquiera le importa, hay más posibilidades de que me escupa en la cara cosas como que le da igual lo que haga y que no le interesa en lo más mínimo mi vida personal. Bufo y me encojo de hombros. —La diseñadora de la mansión —contesto—. Es un poco malhumorada. —Ahh… ella es la chica que te gusta —comenta Alma. La miro con las cejas arqueadas. —¿De dónde sacaste eso? —pregunto haciéndome el desentendido. —Es obvio, Luc. Acabo de verte a vos mirándola como si quisieras ir a agarrarla ya mismo y decirle que no soy tu novia, que soy tu hermana. Y que ella te diga “ah, bueno” y besarse desesperadamente —replica soltando una carcajada. —Ves muchas telenovelas, hermanita. Para nada, ¡estás equivocada! Ella no me gusta, no me vuelve loco, no la aguanto. Es insoportable, te juro. —Si vos decís —dice en un murmullo con tono cantarín. Ruedo los ojos y sonrío. —Está bien, tenés razón, esa piba me está volviendo loco y la verdad es que necesito estar con ella. Digo, quizás no debería hablar de esto sobre vos porque voy a dejar expuesto mi lado más masculino, pero estoy muerto de ganas por tenerla —respondo. —Qué asco —dice arrugando la nariz—. Mirá, podemos ir a comprar pan y un poco de queso y nos hacemos un sándwich, ¿querés? —agrega señalando un almacén. Asiento con la cabeza y la acompaño. La espero afuera mientras ella compra y luego volvemos a dirigirnos a la casa. Es mejor comprar pan y queso que gastar más de mil pesos en un restaurante de comida rápida. Estoy nervioso, temblando como un idiota, porque más que seguro que voy a terminar diciéndole a Malena quién es la chica que me acompaña. El otro día cuando vi que ella tocaba a Alejandro me puse como loco, porque sabía que hacía eso pensando en que era yo. Lo vi y estoy seguro, cuando se dio vuelta su expresión cambió por completo, pero si por culpa de esto dejo que ese miserable millonario me gane… No, no puede ganarme, yo tengo que estar con esa chica. Pienso en sus ojos verdes, en su boquita pequeña y fruncida cuando le digo cosas que no le gustan —o que le gustan, pero no admite—, en su moldeado cuerpo que me dan ganas de besar por todos lados, aunque lo que más me gusta de ella, es que es transparente y sé que se muestra tal cual es. —Luc, ¿estás ahí? —inquiere Alma chasqueando sus dedos frente a mí, lo que me devuelve a la tierra—. ¡Ay, por Dios! Seguro estabas pensando en esa decoradora. —Sí, ¿y qué? Me tiene preocupado el hecho de que piense que sos mi novia, porque le coqueteo mucho y ella estaba empezando a contestarme, ahora va a pensar que soy un infiel o algo. —Si piensa eso, la voy a agarrar de los pelos —responde ella moviendo su cabeza de manera desafiante—. Si no te escucha a vos, me va a tener que escuchar a mí y no va a ser un buen inicio de cuñadas. Suelto una risa. Mi hermana tiene apenas veinte años, pero parece de más porque se maquilla medio raro y usa ropa extravagante, debe ser por eso que la otra se pensó que era mi novia. —Estás loca, pero gracias, ojalá te escuche… Y sino, bueno, tampoco me pierdo de nada. —Ni Dios se cree eso —masculla. Muevo la boca de modo burlón y continuamos en silencio hasta la mansión. Saludo a Santiago otra vez y entro con Alma, quien no para de observar todo y se la pasa opinando sobre cada cosa que ve. —Esa estatua es horrible, ¿cómo va a salir el agua del m*****o del hombre? —interroga. Estallo en carcajadas y le doy la razón, no había prestado atención a la fuente de Apolo, con el chorro de agua saliendo de su desnudez. Es un poco traumante, a decir verdad. Pasamos a la casa y mi acompañante abre la boca de una manera increíble, siento que se le va a desencajar la mandíbula, así que agarro su barbilla y cierro su boca a la fuerza. —¡Esto está increíble! Podríamos mudarnos a una casa así… La miro como si estuviera loca. Tendría que cobrar millones de dólares para llegar a esto y no creo que eso me pueda suceder jamás. —Qué buenos sueños mentales tenés, necesito la droga que tomás —expreso entre risas. Pasamos a la cocina y me tapo los oídos al escuchar el chillido de mi hermana. —¡Es como una cocina americana! Me encanta, la amo, ¡la necesito! Hermanito, vos y papá podrían construir algo así. —¿Sabés lo que cuestan los materiales, Alma? —pregunto irritado—. Mejor comamos, se me va el tiempo de descanso. Andá a buscarlo a papá, así come con nosotros. Ella asiente y sale corriendo. Espero que no se pierda, la casa es enorme y seguro va a mirar cada habitación que se le cruce en el camino. Mientras espero a que vuelva, comienzo a preparar los sándwiches, es tanta la concentración, que no noto que alguien entró hasta que me doy vuelta. Trago saliva al ver que es ella, que también está concentrada en su teléfono y creo que no se percató de mi presencia. Se apoya sobre la encimera y el short de jean se le sube hacia arriba, provocando que su cola quede algo más expuesta y preparada para que la toque. Sacudo la cabeza, no puedo creer lo que provoca esta mujer en mí. —Hola —digo. Malena salta en el lugar y me mira con expresión asustada. —No te vi, estaba hablando con el encargado de traer los pedidos y estaba concentrada… —responde con normalidad, aunque luego su mirada se oscurece y vuelve a su celular. —Bueno, te quería comentar que esa chica es mi hermana, no mi novia —manifiesto para sacarme de encima la preocupación. Se encoge de hombros, ¡ya sabía que iba a reaccionar así! —No me interesa, de todos modos… —Vamos, no mientas. —¡Vos no mientas! A ver, me coqueteas, me decís que me tenés ganas, me hablás en doble sentido, pero luego pasás con una chica con los brazos entrelazados, ella con sus ojos brillantes y muy linda, y me decís que es tu hermana… —¡Obvio que sí! —la interrumpo—. ¿Acaso no puedo salir a caminar con ella? Además, vos me hacés lo mismo, pero también estás detrás de Blackstar y eso es mucho peor —agrego acercándome a ella. Se queda quieta en el lugar, sin saber qué hacer ni responder. —Me da igual, no te debo nada, yo puedo hacer lo que quiera cuando quiera. Me relamo los labios al escuchar dicha frase y doy los últimos pasos para pegarme a su cuerpo. Solo rezo para que mi hermana ni otra persona inoportuna entre justo ahora. —¿Qué querés hacer y cuándo? —pregunto, colocando mis manos en su cintura. Siento como su respiración se entrecorta y hasta puedo sentir su corazón acelerándose, ya que sus mejillas se sonrojan y eso me demuestra que la sangre le corre con más fuerza por todos lados. Me encanta hacerla sentir así, puedo sonar malo, pero provocarla es mi último pasatiempo favorito. —Quiero trabajar, y ahora —responde mirando hacia el costado. Tomo su rostro para que me mire a los ojos. —Repetí eso mirándome —le ordeno sin despegar mi vista de la suya. La tengo controlada, pegada a mi pecho y me contengo con todas las fuerzas de besarla. Sus labios se entreabren e intenta decir algo, pero solo salen susurros sin sentido. Esbozo una sonrisa y tiro un mechón de su pelo hacia atrás. —Decí la verdad —repito—. ¿Qué querés y cuándo? El uniforme empieza a apretarme en la entrepierna y me pego más para que lo sienta y creo que lo hace, porque su expresión cambia por una más excitada. La tengo ahí, es ahora o nunca. Espero que me responda y sino, le planto un beso igual. No me importa nada. —Quiero que me beses, ya mismo —murmura. Sonrío y asiento con la cabeza. Le voy a dar el mejor beso que le otorgaron en su vida.
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