Capítulo 4

1989 Palabras
Arielle Lancé un beso a la cámara junto con un gemido y corté el vivo. -Y fin –murmuré. Emma se levantó y comenzó a aplaudir como si hubiera visto la mejor obra de teatro de su vida. -¡Amiga! Juro que estaría dedeándome ahora si estuviera del otro lado de esa pantalla. Entiendo por qué los hombres pagan tanto por verte, eres puro fuego. Tomé mi bata y me cubrí cerrándola con la cinta. Me avergonzaba un poco que tuviera que presenciar "mi trabajo" porque no es algo de lo que me sienta orgullosa. Sí, me ayuda a sobrevivir, paga las cuentas y la comida, pero no puedo sentir que está bien. Nadie estaría orgulloso de decir que se desnuda para vivir. -Gracias. Hoy fue una buena noche –respondí bajito. Le mostré las ganancias que aparecían en mi cuenta y chifló al ver la cantidad que figuraba. -¡Tres mil dólares! –gritó. –Tengo que hacerme una cuenta urgentemente –bromeó. Solté una carcajada. Ella se desnudaría sin ningún problema al primer hombre o mujer que se le cruzara. -Tú ya te desnudas gratis. -Lo sé, debería comenzar a cobrar. Al menos así saco provecho de mis encantos. Como tenía loción en el cuerpo me di una ducha mientras ella pedía algo de comer. Ni loca cocinaría a esta hora, además estaba muy cansada. Solo necesitaba llenar mi estómago con algo de comida grasosa y tirarme en la cama para enfrentar otro día. Al salir me puse un camisón de seda y una bata encima. Había puesto la mesa y estaba sentada texteando en su celular con intensidad. -Ordené dos hamburguesas con papas –dijo sin mirarme. -Genial, muero de hambre. Podría comerme una vaca entera –contesté. Siguió escribiendo y me dio intriga saber qué era lo que lo tenía tan entretenido. -¿Con quién hablas? –pregunté. Se encogió de hombros. -Nadie, solo un chico de la revista. Abrí mis ojos sorprendida. -Me sorprende que rompas tu regla de no fraternizar con compañeros de trabajo. Emma era un alma libre a quien le encantaba socializar, y si se llevaba un poco de sexo como extra mucho mejor. Sin embargo, tenía la regla de que su trabajo era sagrado y estaba por encima de todo. Quería llegar a ser una estilista cotizada mundialmente y para eso debía enfocarse al cien por ciento en su trabajo. Evitaba relacionarse íntimamente en su ámbito laboral. -Solo hablamos Ari –aclaró. –No es nada del otro mundo. Agitó su mano sin darle importancia. -¿Cómo te ha ido a ti en las prácticas? –preguntó cambiando de tema. -Muy bien, aunque mi jefe es algo amargado –respondí pensando en el doctor Moreno. Había algo en ese hombre que me atraía, pero su carácter era demasiado intenso. Entendía su preocupación por los pequeños seres humanos a su cargo, pero no era justificación para su mal humor conmigo. Ella bajó su celular y me miró. -¿Amargado? –preguntó. -Sí, estoy segura que ese hombre no sonríe nunca. Me tocó oncología esta semana y él, además de ser el jefe, es oncólogo y se encarga de algunos pacientes. Nos exige hacer todo a la perfección, sino nos dará una patada en el culo y a la calle. -¿Tan así? Es un poco exagerado, nadie es perfecto. -Sí, pero entiendo que oncología es un área delicada donde un error puede costarle la vida a un niño. Nos contó el caso de una enfermera que cometió un descuido y casi muere un niño. Ahora está sin trabajo y mi jefe se aseguró de que nadie la contrate para trabajar en pediatría. Ella abrió los ojos indignada. -Que dañado, ensañarse con la pobre enfermera al punto de evitar que consiga empleo. Asentí de acuerdo. Un error lo puede cometer cualquiera. Esa pobre enfermera jamás imaginó que el niño escondería las pastillas. -¿Está bueno? –se interesó. Suspiré recordando en cómo quedé embobada el primer día al verlo. Ese cuerpo, alto y firme volvería loca a cualquiera. Desde que entró por la puerta me flechó su físico. -La verdad es que está buenísimo, a cualquiera le tiemblan las piernas al verlo, pero su carácter le resta el atractivo. -Mmmm me despertó curiosidad. ¿Cómo se llama? -David Moreno –sacó su teléfono y lo googleó, por supuesto. Chifló cuando encontró una foto. -¡Qué bello ser Ari! Lo que te haría papito si te tuviera frente a mí –gimió a la pantalla exageradamente –No me importaría soportar sus exigencias mientras pudiera ver ese cuerpito todos los días. Me reí fuerte viendo como babeaba por mi jefe. -Tengo que ir a visitarte al hospital para echarle un vistazo –siguió. Giré mis ojos. -La mayor parte de mi turno no lo veo, solamente cuando debe atender a sus pacientes y solamente está unos minutos. Así que dudo puedas verlo. Curvó sus labios haciendo una cara triste. -Qué pena, podría mostrarle mi habilidad de leer anatomía en braille. Solté una carcajada porque no podía con ella. Emma era muy divertida y sin filtro. Nunca sabías que esperar de ella, siempre te sorprendía con sus palabras.   Hablamos un poco más sobre lo que estuvimos haciendo estos días hasta que comencé a bostezar y ella entendió que quería descansar. Rápidamente juntó sus cosas y después de un abrazo y besos se fue prometiendo venir el fin de semana. Agotada me apronté para dormir y me tiré en la cama. Estaba tan cansada que solo demore unos pocos minutos en dormirme. ------------------------------------------------------------------------- Oncología el día de hoy era una locura. No entendía que pasaba y por qué el personal corría de un lado a otro. Coloqué el gafete con mi nombre sobre mi uniforme y me acerqué a Bianca que estaba etiquetando unas muestras. -Hola –saludé. Ella giró la cabeza y sonrió. -Hola Ari. Una enfermera pasó como viento a mi lado, casi llevándome consigo. -Lo siento –se disculpó mientras se alejaba. -¿Qué está pasando? –pregunté. -Ni idea, desde que llegue corren de un lado a otro. Creía que había pasado algo con uno de los niños pero no. -Qué raro –murmuré. Debía comenzar mi ronda de controles así que tomé la tablilla y empecé por el paciente estrella del doctor Moreno. Hoy debía tomarle sangre para unos análisis y no era muy cooperativo. Acomodé mi osito mientras caminaba hacia el cuarto de Emi y revisé mis bolsillos para verificar mis caramelos de menta. Golpeé la puerta y abrí lentamente. Era temprano en la mañana y a nadie le gustaba que armaran escándalo a primera hora del día. Me sorprendí al ver al doctor Moreno en la habitación. -Buenos días –saludé algo descolocada. Emi me miró serio y con la cara pálida, dándome a entender que no estaba bien y esa era la razón por la cual mi jefe se encontraba allí tan temprano. -¿Cómo estás Emi? –pregunté acercándome. -Tengo sueño –se quejó él. -Oh, lo siento nene –le dije acariciando su cabello -¿Cómo está señora López? –pregunté a la mamá. -Bien Ari, gracias por preguntar. Le guiñe y ella sonrío. La pobre madre prácticamente vivía en el hospital. Pasaba todo el día con Emi y algunas noches en la semana. Se notaba el amor que sentía por su hijo y el dolor que le ocasionaba ver lo que el cáncer le estaba haciendo. El doctor Moreno me miró frunciendo el ceño, como siempre, pero no le di importancia. Comienzo a creer que es su expresión normal. -¿Ya le tomó los signos doctor Moreno? –pregunté. Cómo llegó antes que yo, tal vez había realizado la rutina de control. -No, adelante –contestó. -Muy bien, vamos a auscultarte primero Emi. El pobre estaba agotado y apenas asintió. Saqué mi osito del bolsillo y se lo di para distraerlo. Escuché sus pulmones y corazón. Su corazón se escuchaba normal pero sus pulmones no tanto. Aunque desde que comencé mi semana se oían mal, hoy estaban peor. Apreté mis labios molesta por el cambio en Emi, sin notar que la mamá me miraba preocupada. No quería asustarla así que sonreí forzadamente, después el doctor hablaría con ella. Seguí con el oxígeno y presión. Comprobé su catéter y moretones. Habían aparecido nuevos en sus piernas y por la mueca que hizo Emi cuando palpé sus piernas, sabía que le dolían. -Tengo que sacarte sangre Emi –le dije. Él negó y se aferró al osito. -No quiero, me duele el brazo –contestó. Acerqué el carrito donde estaba todo preparado y me senté en la cama. -Lo sé cariño, pero sabes que todo lo que hacemos aquí es para que puedas sentirte mejor. Solo será un pinchacito y después te daré un premio por lo valiente que fuiste –le prometí -¿Qué dices? –pregunté. Lo pensó un momento y asintió ansioso por la recompensa. -Está bien –dijo estirando su bracito. -Ese es mi campeón. En unos minutos tenía el tubo con sangre y, como le prometí un premio,  saqué dos caramelos de mi bolsillo. -Enfermera –dijo el doctor Moreno al ver los caramelos. -Son sin azúcar –aclaré. Emi tomó los caramelos y enseguida abrió uno para comerlo. La mamá se acercó a su hijo y besó su cabeza mientras lo abrazaba. -¿Me puedo quedar con el osito? –preguntó Emi. -Claro que si –contesté. Eso pareció contentarlo y le mostró el peluchito a su mamá que encantada escuchaba lo que el niño decía. -Volveré en un par de horas –dije. Tomé la tablilla junto con la muestra de sangre y salí. Escuché pasos detrás de mí y supuse que el doctor Moreno me seguía. La muestra de sangre debía colocarse en una tabla donde estaban el resto de muestras de ese día y que sería llevada a analizar. En la tablilla anoté todos los datos del control y esperé a que el jefe hablara. Seguía parado pero no había dicho nada. Supongo que tendré que empezar yo. Terminé de escribir y me giré para enfrentarlo. -¿Si doctor Moreno? –pregunté. Él señaló mi bolsillo. -No puedes darle tantos caramelos –dijo molesto. ¿Tantos caramelos? -Solo le di un par y son sin azúcar. ¿Quiere probarlos para que vea que no tienen nada de azúcar? –pregunté mientras tomaba uno y se lo extendía. Él miró mi mano de reojo y negó. -No, quiero que dejes de darle caramelos –contestó. Sin darme cuenta giré los ojos y asentí. Él se acercó y sujetó mi brazo. -Es mi paciente y quiero que siga la dieta que establecí. Miré la mano sujetando mi brazo y la aparté molesta. -Prometo no darle más caramelos, no es necesario que me toque para eso. Alejó su brazo y señaló la tablilla. Quería el informe del control. -Bajó su nivel de oxígeno y su presión. Los pulmones…-empecé. -Están peor –terminó él. –Lo sé. Estoy seguro de que es una infección pulmonar. Antes de que entraras la madre me comentó que pasó la noche tosiendo. La frustración en su voz me conmovió. Era evidente que se preocupaba por el niño y verlo empeorar era desalentador. Tal vez estaba mal interpretando su carácter y todo se debía al estrés que le provocaba este caso. -Pediré una radiografía de tórax para confirmar. Quiero que lo monitores cada media hora o cuarenta minutos -solicitó. -De acuerdo. -Y nada de caramelos –repitió. -Si doctor –respondí. Se dio vuelta y pasó a mi lado rozando mi cintura con su brazo. Una corriente recorrió mi piel erizando mis pelos y dejándome sorprendida. -¡SIN CARAMELOS! -Gritó a unos metros de distancia. Me aseguré que nadie me veía antes de levantar mi dedo medio a su espalda.
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