Capítulo 11

1023 Palabras
Camino sin rumbo mientras pienso en como ganar dinero para poder ir a Vultur, no puedo subir al carruaje sin pagar y aunque también pienso en la posibilidad de caminar hasta allá, deduzco que el no llevar comida o abrigo conmigo será un gran problema. Me detengo para descansar un poco, he caminado por varios minutos durante varias calles, no debo agotar mi energía, después de todo no tengo que comer. Al levantar la mirada descubro que estoy frente a mi casa o al menos eso creo, no parece ser la misma construcción pintoresca donde viví. Se parece mucho a la casa abandonada de ese médico, se nota triste, polvosa y mohosa. Algunas ventanas están rotas y la puerta de entrada ha desaparecido. Entro sigilosamente, por supuesto, el dulce aroma a vainilla que caracterizaba mi casa ya no está, únicamente huele a humedad. Los muebles, al igual que la puerta, han tenido la misma suerte, está vacío. No es de extrañarse que la gente del pueblo se adueñe de las cosas de una familia que ya no vive ahí, ya fuese porque no pueden cargar con sus cosas, porque tuviesen algún problema con el estado o en mi caso porque fuesen privados de su libertad. El aire en este lugar se percibe lúgubre, ni siquiera puedo imaginarme la risa de mi padre o el calor que alguna vez emano de la chimenea. Recorro la casa, las pocas habitaciones que tiene están en las mismas condiciones, todo ha sido saqueado. Entonces llegó a mi habitación. Me sorprende ver que parte de la base de mi cama aún se encuentra ahí, imagino que alguien debe estar usando lo que queda de ella como leña porque puede notarse indicios del hacha que han usado sobre la madera que aún resta, pero además de la cama, eso es lo único que hay en mi antigua habitación. Miro el lugar tratando de rememorar los buenos momentos que pase en esas cuatro paredes, no obstante, mi vista se posa en el lugar que le ha pertenecido a mi cama, entonces recuerdo el pequeño escondite donde guardaba mis tesoros más valiosos. Me aproximo aquella piedra y trato de quitarla sin esperanzas de encontrar nada, pero al retirarla hallo mi cajita intacta, la saco de su lugar y al abrirla encuentro todos mis tesoros. Me siento en un rincón para revisar todo lo que hay en su interior, ha pasado mucho tiempo desde la última vez que los toque, no puedo creer que sigan ahí, aunque la gente del pueblo ha hecho todo lo posible para dejar la casa vacía. Entre mis tesoros más preciados veo algo insólito que me hace derramar un par de lágrimas y me hace pensar si Stefan, quizás, está muerto. Encuentro aquella moneda que me dio un día antes del incidente, la corona que se suponía debia usar para preparar aquel estofado de pollo. Tomo la moneda y en silencio elevo una oración para pedir que Stefan, donde quiera que este se encuentre con vida y eso quiero creer. Salgo de mi antigua casa con mi cajita de tesoros en mis manos, me dirijo en busca de aquel carruaje que se supone parte hacia Vultur, pero al llegar a la plaza frente al templo me abruma el recuerdo de aquel día y aunque recuerdo todo como si recién hubiese ocurrido, en mi mente aún parece algo confuso como ocurrió todo. Al avanzar me percato de la presencia de una nueva estatua, es plateada en su totalidad y para mi sorpresa es la viva imagen de Savile, pero al reconocerla no siento lástima por ella como ese día, en vez de eso, siento odio porque por su causa me encerraron todo un año sin razón, sin un juicio que me ayudara a comprobar mi inocencia. Me voy de allí con las emociones a flor de piel, continuo mi camino hasta llegar a la zona donde el carruaje aguarda y al llegar, encuentro a un muchacho, lleva puesto un pantalón n***o, una camisa gris y una chaleco que tal vez fue n***o al comprarlo, pero por el sol se ha descolorido. —¿Tú conduces?—me atrevo a interrumpirlo, él limpia la puertecilla del carruaje. Cuando me mira, este desvía la mirada de mi rostro hacia mi ropa. Ciertamente, no es la mejor, ni siquiera la ropa con la que salí de prisión era buena. Tuve suerte de que aquella mujer madre de familia me regalara una muda de ropa y aunque es humilde, con algunos parches, pero me ha abrigado bien después de la lluvia. —¿Qué quieres?—dice de mala gana—no hago caridad. —El carruaje llega hasta Vultur ¿No es así? —Sí, pero ya te dije que no hago caridad, tienes que pagar si quieres subir. —Pienso pagar—expreso severamente sacando la corona de mi cajita de tesoros—llévame. —¿Lo robaste?—deduce el hombre quizás por mi aspecto. —¿Ves a alguien persiguiéndome?—le respondo de mala gana. El hombre solo encorva los labios y toma mi moneda, luego me devuelve el cambio y me indica tomar un lugar antes de que se llene, ya que al punto del medio día el carruaje parte hacia Vultur. Tomo asiento y espero a que las campanas del templo indiquen el cambio de hora, poco a poco se va llenando e incluso hay un punto en que los que llegan a última hora tienen que sentarse en la parte de atrás, es decir que no pueden tener un techo que los cubra en caso de la lluvia nos caiga encima. El sonar de las campanas indica que ya es tiempo de partir y cuando el carruaje comienza avanzar me siento extraña, quizás triste, aunque también puedo atribuírselo a que ya tengo un poco de hambre y no sé cuanto tiempo tardara el carruaje en llegar a Vultur. Si no fuera porque estuve en prisión, este sería mi primer viaje en un carruaje, la primera vez en salir de mi pueblo, solo que no pensé que sería para buscar señales de vida de Stefan.
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