Salgo corriendo. Alguien me agarra por el brazo, pego un tirón y sigo corriendo mientras las lágrimas me empañan los ojos. Subo las escaleras hasta llegar a la última planta sin hacer caso al dolor que se ha apoderado de las piernas o la respiración descontrolada por el esfuerzo. Entro al que es mi nuevo y asqueroso hogar y sigo corriendo hasta que encuentro el baño y me encierro en él. Ahora mismo, la suciedad y el olor que desprenden las tuberías me da igual. El estómago se me encoje y las nauseas se apoderan de mi cuerpo. Levanto la tapa del retrete. Vomito la poca comida que tenía en el estómago. Tocan suavemente la puerta. No estoy preparada para ver a nadie. Tampoco quiero que me vean hundida. — Necesito un rato, por favor. Escucho los pasos de mis doncellas alejarse. Me siento