Creo que lloré tanto que podría haber superado el agua de un río. La emoción de haber terminado de grabar la película —¡mí película!— no me la saca nadie. Sobre todo, teniendo en cuenta que, quizás, el final feliz que le di a esta historia también podría ser el mío. —Bueno, Marisa, no te olvides de que esta noche vamos a cenar para festejar que terminamos la filmación —dice David a mi lado—. Podés ir con tu amigo. —¡Muchas gracias! —exclamo. Estoy tan feliz que hasta me olvidé que lo odio, incluso olvidé el rencor que le tengo a Alejandro, y lo abrazo fuerte. Eduardo se acerca a mí con una ceja arqueada y me da una palmada en la espalda. —Es hora de hablarle de su inminente pobreza —murmura en mi oído. Cierto, tengo que chantajearlo con que sé que sus padres no tienen un peso, para qu

