Juro que intenté comunicarme con Abel durante toda la tarde. Le mandé mensajes diciendo que voy a llegar tarde a nuestro encuentro, también lo llamé a cada rato mientras me encerraba en el baño del estudio o salíamos a los descansos. Nunca me atendió ni me respondió un solo mensaje. ¿Será que él también está arrepentido de haberme invitado y no se anima a cancelarlo? La preocupación hace que me duela la cabeza y no mejora ni siquiera cuando tomo un medicamento. Se me va a partir el cráneo en cualquier momento. Alejandro se acerca a mí cuando estoy en mi décimo intento de llamada y no puedo evitar bufar. Me mira con interés al notar mi expresión y suspiro al colgar. Se pone las manos en los bolsillos de su pantalón y arquea las cejas, gesto que imito. —¿Ya te dije que tenés unos ojos pr

