Estaba tan distraída que casi se me pasa la parada del autobús. Entré a mi casa corriendo y con una gran sonrisa en el rostro dispuesta a contarle a mi madre todo lo sucedido.
Rocío – ¡Ha sido la sorpresa de mi vida, mamá… estoy feliz (mientras unía dos telas)! Jugué con el primer equipo… ¡¡con mi ídolo!! ¡¡Con mi hermano!!
Varias lágrimas cayeron por mi rostro… de alegría, todas ellas… recordando los viejos tiempos en que siendo niños, corríamos por la calle tras nuestro amigo, el balón... y como Mateo me defendía cuando sus amigos no querían dejarme jugar con ellos porque era niña. No sé qué le hacía que siempre les convencía y me elegía para su equipo y como siempre, acabábamos ganando y él haciéndose ver con que debían dejar jugar a las niñas.
Horas después, escuchamos la puerta detrás de nosotras y dos brazos que rodeaban mi cuello tiernamente, mientras me llenaban de besos…
Rocío – ¡¡Ya para!! Me harás coserme los dedos (entre risas, tratando de soltar la máquina de coser).
Mateo – ¡¡Te querré igual!! (Haciéndome cosquillas) ¡¡Eres mi hermana favorita!! Jajajaja
Rosa – ¡¡Y la única que tienes!! (Gritó mamá sonriente desde su máquina).
Mateo – Es que estoy muy… muy… ¡¡muy orgulloso de ti!! (Abrazándome de nuevo y mirándome a los ojos). ¡¡Quizás nunca te lo dije pero yo quería un hermano!! ¿Recuerdas mamá? (comenzando a llorar y mirando hacia ella, que comenzó a soltar lágrimas, mientras asentía con la cabeza)… cuando me dijeron que serías niña lloré, me encerré en el cuarto y no quería salir… ¡odiaba mi vida! (riendo mientras yo miraba al suelo, pero colocó su mano en mi rostro para que lo mirara de nuevo)… pero cuando papá salió de la sala de parto y te colocó en mis brazos te juro que fue el día más feliz de mi vida, ¿sabes? Más que el día que debuté con el primer equipo de Los Ángeles… apenas tenía fuerzas para sostenerte… pero se me olvidó todo, ¡¡pasaste a ser lo más importante de mi vida!! (Acariciando mi rostro)…
El abrazo que le di en ese momento, no sé si algún día se lo esperó en su vida. Lloramos los dos, muy emocionados por todo lo que significaba para nosotros lo sucedido ese día, que inició temprano, cuando Luis me fue a buscar al entrenamiento con las chicas, y me dejó sin habla.
Y ahí estaba él, mi hermano... compartiendo todo conmigo, como cada día, desde que vi la luz del mundo, dieciocho años atrás…
Yo creo que soy afortunada por la familia que tengo. Muchas veces nos faltó para comer, pero siempre estuvimos muy Unidos, y siempre tuve a mi hermano, cuidando mi espalda, ayudándome en todo. Aconsejándome y peleándose con todo aquel que quisiera hacerme daño.
Mateo – Lástima que te perdiste la comida… (Ignorando mis señales de que dejara de hablar del tema)… estuvo muy bonita…
Rosa (mamá de los Brown) – ¿De qué comida hablas, hijo?
Rocío – De nada, mamá… son…
Mateo – De la comida que organizó Javier para celebrar el primer entrenamiento de Peter Jones y de Rocío…
Rocío – Mateo… ¡¡basta!!
Rosa – Hija, ¿por qué no fuiste?
Rocío – No tenía ganas (bajando la cabeza).
Mateo – ¡¡No mientas!! (Enojado), no fue porque tenía que venir aquí (le sonrió a mamá)…
Rocío – ¡¡Uyyyy!! (Parándome enojada)… ¡¡cuando abres tu bocota no se por qué te quiero como te quiero!!
Mateo – Porque soy el único hermano que tienes (sonriendo y tratando de abrazarme)…
Rocío – ¡¡Te odio!!
Mateo – ¡¡Mentirosa!! (Abrazándome por detrás y llenándome las mejillas de besos).
Rosa – (Acercándose a nosotros)… Hija… (Tomándome de la pera para que la mirara)... tu aquí no tienes horario… ¡¡que sea la última vez que dejas de hacer algo que te gusta o te divierte para venir a ayudarme!!
Rocío – Mamá, tenía que ayudarte.
Rosa – ¡No tienes que hacerlo! Tú tienes tu dinero y ya sabes que…
Rocío – ¡¡Que nada, mamá!! ¡Si no me dejas que te dé del dinero que gano!
Rosa – ¡¡Pues no!! ¡Si apenas te da para pagarte la Universidad y la ropa, hija! El dinero que ustedes ganan es de ustedes. De la casa nos ocupamos su padre y yo.
Rocío – Pues lo mínimo que puedo hacer es ayudarte, mamá… (Abrazándola)… tú estás muy cansada… es lo mínimo que puedo hacer…
Rosa – Hija…. El día que tengas hijos, entenderás de lo que hablo… mientras ustedes vivan aquí y nosotros podamos trabajar, lo que ustedes ganan, es de ustedes. ¡Aportan lo necesario y listo! Yo no les puedo pedir que dejen sus cosas para ayudar. ¡¡Ese es nuestro deber como padres!!
Mateo – Ya dejen de hablar de cosas feas, ¿si? ¡¡Las amo!! (Abrazándonos).
Rosa – Prométanme los dos… que disfrutaran de la vida mientras puedan… no quiero que estén encerrados aquí.
Con la cabeza, dijimos que si, aunque los dos sabíamos que si en nuestras manos estaba poder ayudar, lo haríamos.
Algo de eso, hacía tiempo que estábamos tramando… si bien todos los gustos que nos dábamos hacía tiempo que podíamos presumir que los pagábamos con nuestro propio dinero y lo mismo con el estudio, estábamos guardando para comprar un lugar para que mamá tuviera su taller y pudiera tener empleados y hacer lo que le gusta más cómodamente. Ese, era nuestro sueño, y estábamos ahorrando para eso, aunque mamá no lo sabía.