Rocío No sé que había sido eso. No quería ilusionarme pero parecía que había regresado al gimnasio por mí. Seguramente era amistad y no otra cosa, pero sea lo que sea, me encantaba. De tanto pensar en ese inocente beso, en esas tiernas caricias que trataban de secar las lágrimas que le quería ocultar… me hicieron olvidar el dolor… Mauricio (preparador físico) – ¿Vamos al campo? (sacándome de mis pensamientos). Rocío – Vale… Cuando salí, nos fuimos a un pequeño cuadrado limitado por conos naranjas que Mauricio había hecho a la altura de uno de los córner, donde podíamos estar, junto a Robert y los demás lesionados, haciendo espacios reducidos, es decir, golpeando el balón y haciendo saltos y demás cosas en un espacio menor, por lo tanto, con mínima exigencia. El dolor