Comienzo a caminar fuera de mi habitación, sintiendo que más bien soy yo la que está recibiendo una ducha de agua fría.
No pensé que se pondría así, pero escucho sus quejidos cada vez más fuertes y tomo una bocanada de aire, asomada en el umbral y abriendo mi boca ante semejante espectáculo.
Liam está retorciéndose en la cama, suda a mares y dice incoherencias. Los hombres tratan de bajar su fiebre con compresas frías, pero parece ser inútil.
—¡Llama al doctor Stevens! —me vuelvo hacia Cleo de manera alarmada.
—Lo hice, mi niña, pero está de turno en una cirugía de emergencia — dice con voz pesarosa. Trago saliva.
—¿Qué hacemos? — muerdo mi labio, bailoteando en un radio de 2 metros cuadrados, al borde de la desesperación. — ¿No hay nadie más a quién llamar? ¡Tenemos que llevarlo al
