La brisa cálida de Abu Dabi nos envuelve con su caricia sofocante, pero a mí no me importa. Con la mano entrelazada a la de King, caminamos por las calles de la ciudad como si el mundo entero nos perteneciera. Nuestro viaje de bodas ha sido un sueño, y aunque sabemos que en pocas horas tendremos que volver a Los Ángeles, no quiero pensar en ello. En este momento solo existimos él y yo.
King me hace entrar a uno de los centros comerciales más exclusivos, el lugar en donde el lujo se respira en cada rincón. Los escaparates resplandecen con vestidos de alta costura, joyas que parecen sacadas de un museo y accesorios que cuestan más que un coche de lujo. Cada vez que me detengo a observar algo, King hace una seña a algún asistente de ventas y de inmediato ese algo se va a las cosas que van a
