El vino tinto se arremolina en la copa, reflejando la tenue luz de la lámpara sobre la mesa. Estoy sentada en el sofá de mi departamento, las piernas recogidas, el vestido suelto y largo que me he puesto al llegar a casa está arrugado bajo mis muslos. Afuera, la ciudad respira su rutina nocturna, indiferente a lo que ocurre dentro de estas paredes.
Hace un par de horas que dejé la editorial. No porque quisiera, sino porque ya por hoy he tenido suficiente con la llegada de King y tenía sentido seguir aferrándome a algo que claramente se desmoronó entre mis dedos. Al principio, me dije que me lo merecía, que era algo que había propiciado yo misma. Pero ahora, en este silencio, me siento horrible. Nada de esto debía haber terminado así.
La conversación con King me dejó un vacío en el pecho,
