El viento aún acaricia mi rostro mientras descendemos del globo aerostático. La vista de Temecula desde el aire ha sido un sueño, con sus campos de viñedos extendiéndose como un mar verde, interrumpido solo por el dorado del sol matutino que besa las hojas. Pero nada, absolutamente nada, puede compararse con la sensación que vibra en mi pecho desde que King se había arrodillado y me había pedido que pasara el resto de mi vida con él. Aún no puedo creerlo. Miro mi mano y el anillo brilla con una intensidad casi hipnótica. No es solo la piedra centelleante, ni el perfecto ajuste en mi dedo. Es el significado detrás de él. Es la promesa de un futuro juntos, lleno de aventuras, de risas, de amor sin medida. Mi corazón late con fuerza y, por un momento, me siento abrumada por la emoción. King,