En la antigua Grecia, los dioses eran conocidos no solo por sus poderes, sino también por sus pasiones y debilidades humanas. Uno de los mitos más trágicos es el de Orfeo y Eurídice. Orfeo, un músico excepcional, tenía el talento de encantar a cualquier ser viviente con su lira. Se enamoró profundamente de Eurídice, una ninfa de gran belleza y virtud, pero su felicidad fue efímera cuando Eurídice murió trágicamente al ser mordida por una serpiente venenosa.
Devastado por su pérdida, Orfeo decidió descender al inframundo para recuperar a su amada. Conmovido por su música y su dolor, Hades, el dios del inframundo, permitió que Eurídice regresara al mundo de los vivos, pero con una condición: Orfeo no debía mirar atrás mientras ascendían. Si lo hacía, perdería a Eurídice para siempre.
La caminata de regreso fue larga y llena de tensión. Orfeo podía sentir la presencia de Eurídice tras él, pero la incertidumbre crecía con cada paso. Justo cuando estaban a punto de llegar a la superficie, la duda se volvió insoportable. En un momento de desesperación, Orfeo se volvió para mirar a Eurídice, y en ese instante, ella fue arrastrada de vuelta al inframundo para siempre.
Este mito nos recuerda que incluso los amores más profundos pueden ser frágiles y que nuestras acciones, motivadas por el amor y el miedo, pueden tener consecuencias irrevocables. La historia de Orfeo y Eurídice no solo es una advertencia sobre la importancia de la confianza y la paciencia, sino también un testimonio del poder devastador de la duda. A través de su tragedia, los antiguos griegos nos enseñan que el verdadero amor exige fe inquebrantable y que la impaciencia y la inseguridad pueden destruir lo que más valoramos.
Jade estaba en su apartamento, intentando concentrarse en sus estudios, pero su mente no dejaba de volver a la gala y al comportamiento de Alexander. Cada vez que pensaba en cómo la había ignorado, una mezcla de dolor y confusión la abrumaba. Se sentía como si estuviera en un sube y baja emocional, y la incertidumbre de sus sentimientos la estaba agotando.
De repente, el timbre de su puerta sonó. Jade se levantó con un suspiro, preguntándose quién podría ser a esas horas. Al abrir la puerta, se encontró con Alexander, su expresión seria y determinada.
“Jade, necesitamos hablar,” dijo Alexander, su voz firme pero con un toque de desesperación.
Jade lo miró, su corazón acelerado. “No tengo nada que decirte, Alexander. Vete de mi casa.” Demandó con fuerza.
“Por favor, Jade, solo dame una oportunidad para explicarme,” insistió Alexander, dando un paso hacia adelante.
Jade dio un paso atrás, su cuerpo tenso. “¿Explicarte? No creo que haya nada que puedas decir que justifique cómo me trataste.”
“Sé que te lastimé y lo siento,” dijo Alexander, su voz bajando un poco. “Pero necesito que me escuches.”
“No quiero escucharte, Alexander. Estoy cansada de este juego,” respondió Jade, tratando de cerrar la puerta.
Alexander puso una mano en la puerta, deteniéndola. “No es un juego para mí, Jade. Nunca lo ha sido.”
“Entonces, ¿por qué me ignoraste? ¿Por qué me hiciste sentir como si no importara?” Jade lo miró, sus ojos llenos de lágrimas.
“Había razones, razones que no puedo explicarte completamente,” dijo Alexander, su voz llena de una mezcla de frustración y tristeza. “Pero te juro que nunca quise lastimarte.”
“Eso no es suficiente, Alexander. No puedo seguir así,” respondió Jade, intentando mantener la compostura. "Necesito que te vayas y nunca más vuelvas a buscarme".
"Jade..." Alexander frunció el ceño al notarla actuar de una forma completamente diferente a ella. "No puedes decirme eso, tú eres mía, mí princesa." Intentó agarrarla de la mano, a lo que ella negó alejándola de él.
"Vete."
Alexander miró a Jade, viendo el dolor en sus ojos. Sabía que no podía explicarle la verdad sobre su naturaleza divina, pero también sabía que no podía perderla. Decidió hacer algo que nunca había hecho con ella antes: usar su poder divino.
“Jade, mírame,” dijo Alexander, su voz tomando un tono más autoritario.
Jade, sorprendida por el cambio en su voz, levantó la mirada y lo miró a los ojos. Alexander se concentró, dejando que su poder fluyera a través de sus palabras y su mirada.
“Necesito que me perdones y vuelvas a mí. No puedes pedirme que me vaya, porque nunca vas a querer que lo haga” dijo, su voz resonando con una fuerza irresistible. "Tú eres mía Jade, solo mía."
Jade sintió como si una ola de calidez y seguridad la envolviera. Quería resistirse, quería mantener su distancia, pero algo en la voz de Alexander la hizo sentir una necesidad abrumadora de perdonarlo.
“Perdóname, Jade,” repitió Alexander, su mirada fija en la de ella.
Jade, incapaz de resistirse, sintió que su resolución se desmoronaba. “Te perdono,” dijo finalmente, su voz temblando.
Alexander respiró aliviado y dio un paso hacia ella, envolviéndola en sus brazos. “Princesa mía.” Suspiró al ver que había funcionado. "Nunca más me comportaré de esa forma contigo".
Jade se apoyó en él, sintiendo una mezcla de alivio y confusión. Sabía que algo había cambiado, pero no podía entender qué. Sentía una conexión más fuerte con Alexander, como si una parte de ella no pudiera resistirse a él.
Mientras la noche avanzaba, Jade y Alexander se sentaron en el sofá, hablando en voz baja. Alexander intentaba explicarle sus razones sin revelar su verdadera identidad.
“En la gala, había mucha gente importante y no podía permitirme mostrar ningún tipo de debilidad,” dijo Alexander, eligiendo cuidadosamente sus palabras.
“¿Debilidad? ¿Eso soy para ti?” preguntó Jade, sintiendo una punzada de dolor.
“No, Jade, no lo entiendes,” respondió Alexander rápidamente. “Tú eres lo más importante para mí, pero en mi mundo, mostrar que alguien me importa tanto podría ser peligroso.”
Jade lo miró, tratando de comprender. “¿Peligroso? ¿Por qué?”
“Porque hay personas que se aprovecharían de ello, que usarían esa información en mi contra,” dijo Alexander, su voz llena de una seriedad que hizo que Jade se estremeciera.
“¿Personas como quién?” preguntó Jade, sintiendo una mezcla de curiosidad y temor.
“No puedo darte nombres, pero créeme cuando te digo que hay muchos que me envidian, que quieren destruir lo que tengo,” respondió Alexander, su mirada fija en la de Jade.
Jade suspiró, sintiéndose atrapada entre el deseo de entender y la confusión que sentía. “Todo esto es tan complicado, Alexander." Bufó.
Alexander tomó su mano, apretándola suavemente. “No tienes que intentar entenderlo, Jade.”
Jade lo miró, viendo la sinceridad en sus ojos. A pesar de todo, no podía evitar sentir una atracción abrumadora hacia él. Sabía que estaba en un juego peligroso, pero también sabía que no podía alejarse de Alexander.
La noche avanzaba y, finalmente, Jade empezó a sentirse cansada. Alexander se dio cuenta y sugirió que debería descansar.
“Es tarde, Jade. Deberías dormir un poco,” dijo Alexander, su voz suave.
“Sí, tienes razón,” respondió Jade, sintiendo cómo el cansancio la invadía.
Alexander la acompañó a su habitación y la ayudó a acostarse. Mientras se inclinaba para darle un beso en la frente, Jade lo miró con una mezcla de ternura y confusión.
“Gracias por quedarte, Alexander. Lo aprecio,” dijo Jade, su voz apenas un susurro.
Alexander sonrió, sintiendo un calor en su pecho. “Siempre estaré aquí para ti, Jade. Buenas noches.”
Mientras Jade se quedaba dormida, Alexander se quedó sentado a su lado, observándola. Su corazón latía con fuerza mientras la veía descansar, sintiendo una mezcla de amor y preocupación.
Al día siguiente, Jade despertó sintiéndose extrañamente renovada. Los recuerdos de la noche anterior eran borrosos, pero sabía que algo había cambiado entre ella y Alexander. Decidió que, a pesar de sus dudas, confiaría en él. Alexander, por su parte, sabía que usar su poder con Jade había sido un riesgo, pero también sabía que no tenía otra opción. Tenía que mantenerla a su lado, protegerla a cualquier costo.
El amor y el poder se entrelazaban en un juego peligroso, y solo el tiempo revelaría si su conexión sería su salvación o su perdición. Pero una cosa era segura: Jade y Alexander estaban destinados a estar juntos, sin importar los obstáculos que enfrentaran.
Mientras el sol se alzaba en el horizonte, una nueva serie de retos y decisiones se avecinaban. Alexander sabía que su camino no sería fácil, pero estaba dispuesto a enfrentarlo todo por Jade. Porque en el fondo de su ser, más allá del dios, más allá del poder y la inmortalidad, había un hombre que amaba profundamente a una mujer. Y eso lo cambiaría todo.