La sombra de los Dioses

1722 Palabras
Desde tiempos inmemoriales, los dioses griegos han intervenido en los asuntos de los mortales, sus influencias tejiendo hilos invisibles en la vasta tela de la humanidad. Ares, el dios de la guerra, siempre ha sido una fuerza implacable, incitando conflictos y luchas en el corazón de los hombres. Su presencia es un recordatorio constante de la violencia latente en la naturaleza humana. Dionisio, por otro lado, personifica el éxtasis y la decadencia. Su influencia se ve en cada celebración desmedida, en cada exceso que lleva a la destrucción y al renacimiento. Ambos dioses representan los extremos de la experiencia humana, y sus huellas se pueden encontrar en cada rincón del mundo moderno. Alexander estaba sentado en su lujosa oficina en el piso más alto de un rascacielos, con vista panorámica a la ciudad. Su empresa, Beaumont Industries, dominaba el sector financiero, y Alexander era conocido por su mente afilada y su implacable ética de trabajo. Hoy, sin embargo, su mente no estaba completamente enfocada en los negocios. Su asistente, Clara, entró con una carpeta llena de informes. “Señor Beaumont, aquí están los documentos que solicitó.” “Gracias, Clara,” dijo Alexander, tomando la carpeta y hojeando los documentos. Sus ojos grises destellaban con un brillo oscuro mientras leía los informes. Clara se quedó un momento, observándolo. “¿Hay algo más en lo que pueda ayudarle, señor?” Alexander levantó la vista, una sombra de pensamiento cruzando su rostro. “No, eso es todo por ahora, Clara. Puede retirarse.” Después de que Clara se fue, Alexander se recostó en su silla, su mente volviendo a Jade. Había algo en ella que lo intrigaba profundamente, algo que no podía dejar pasar. Sin embargo, sabía que debía ser cuidadoso. La última vez que un dios se encaprichó de una humana, las consecuencias fueron desastrosas. Más tarde, esa misma noche, Alexander se reunió con uno de sus colegas, Sebastian Whitmore, conocido por el mundo mortal como un influyente empresario del entretenimiento, pero en realidad era Dionisio. Se encontraron en un exclusivo club privado, un lugar donde los poderosos se reunían para discutir negocios y placeres. El club estaba iluminado con una luz tenue, creando sombras que danzaban en las paredes. La decoración opulenta contrastaba con la atmósfera casi siniestra que envolvía el lugar. “Alexander, viejo amigo, ¿qué te trae por aquí?” preguntó Sebastian, levantando una copa de vino. Sus ojos brillaban con una oscura intensidad que pocas veces mostraba. “Necesitaba hablar contigo sobre algo... o alguien,” respondió Alexander, con un tono serio y pensativo. “¿Alguien? Eso suena intrigante,” dijo Sebastian, sonriendo de manera casi predatoria. “¿De quién se trata?” “Una joven que conocí recientemente. Su nombre es Jade,” dijo Alexander, tomando un sorbo de su bebida. “¿Jade? ¿Es especial?” preguntó Sebastian, con un interés genuino que también llevaba un matiz de oscuridad y curiosidad. “Más de lo que imaginaba. Pero debo ser cuidadoso. No quiero que se repitan los errores del pasado,” respondió Alexander, su mirada sombría demostraba todo lo que su mente estaba maquilando en esos momentos. Sebastian asintió, su tono volviéndose más macabro y con una sonrisa cerrada de lado. “Los mortales pueden ser fascinantes, pero también peligrosos para nosotros. ¿Qué planeas hacer?” “No lo sé aún. Solo sé que necesito saber más sobre ella, no puedo estar en las sombras y menos en estos momentos. Su vibración es diferente al de todos los humanos y humanas” admitió Alexander, su voz apenas en un susurro. Sebastian lo miró fijamente, sus ojos brillando con una mezcla de curiosidad y advertencia. “Alexander, todos hemos tenido nuestras experiencias con los mortales. Recuerda lo que le pasó a Apolo con Dafne, o incluso a Zeus con tantas mujeres. Estas relaciones rara vez terminan bien.” “Lo sé, pero hay algo en ella... algo que no puedo ignorar,” respondió Alexander, su voz cargada de una extraña mezcla de determinación y vulnerabilidad. Sebastian se inclinó hacia adelante, su tono más suave. “Tal vez sea prudente mantener una distancia por un tiempo. Observar, pero no involucrarse demasiado rápido. Los humanos pueden ser impredecibles.” Alexander asintió lentamente, sus pensamientos sumidos en una tormenta interna. “Tienes razón, como siempre. Pero no puedo dejar de pensar que Jade es diferente. Hay una conexión que no puedo definir.” Sebastian suspiró, levantando su copa en un brindis. “A tu juicio, entonces. Pero recuerda, Alexander, nuestros destinos son tan frágiles como los de ellos.” Alexander levantó su copa, aceptando el consejo de su amigo. “Gracias, Sebastian. Lo tendré en cuenta.” Sebastian sonrió de lado, sus ojos destellando con una pizca de burla. “No me digas que el dios del amor se está enamorando... o es un deseo carnal lo que sientes.” Alexander se quedó en silencio por un momento, su expresión seria. “No estoy seguro de qué es todavía. Pero sé que no puedo ignorarlo.” Sebastian dejó escapar una risa suave. “Bueno, viejo amigo, parece que tienes un dilema interesante en tus manos. Solo espero que no te lleve por un camino que no puedas manejar.” “Haré lo que sea necesario para protegerme y protegerla,” dijo Alexander, su voz firme. Mientras tanto, Jade continuaba con su rutina diaria en la universidad. Esa tarde, decidió reunirse con uno de sus amigos más cercanos, Adrian, un hombre de aspecto atlético y cabello oscuro que siempre tenía una sonrisa para ella. Lo conocía desde el primer semestre de su maestría y se habían vuelto inseparables. Lo que Jade no sabía era que Adrian era en realidad Hermes, el mensajero de los dioses, quien había caído profundamente enamorado de ella. Se encontraron en una cafetería cerca del campus, un lugar acogedor con mesas de madera y una atmósfera vibrante. Jade llegó primero y encontró una mesa junto a la ventana. Poco después, Adrian entró y se acercó con su habitual energía. “¡Jade! ¿Cómo estás?” dijo Adrian, dándole un abrazo. “Bien, solo un poco cansada. Las clases están siendo intensas,” respondió Jade, sonriendo. “Sí, lo sé. Yo también estoy hasta el cuello con proyectos,” dijo Adrian, sentándose. “Pero siempre es bueno tomar un respiro y ponerse al día con amigos.” “Definitivamente,” asintió Jade. “Además, hay algo que quería contarte.” “¿De qué se trata?” preguntó Adrian, curioso, aunque una chispa de celos brillaba en sus ojos. “Conocí a alguien interesante hace unos días en la librería,” comenzó Jade, su voz llena de intriga. “Un hombre llamado Alexander. Tuvimos una conversación fascinante sobre mitología griega.” Adrian levantó una ceja, claramente interesado pero también cauteloso. “¿Qué te dijo?” “Discutimos sobre los dioses y cómo podrían estar viviendo entre nosotros. Habló sobre Eros y la dualidad de su naturaleza, y me dejó pensando en muchas cosas,” explicó Jade. “Suena como una conversación profunda,” comentó Adrian, tratando de mantener su tono casual mientras una mueca de celos cruzaba brevemente su rostro. “Es más que eso. Hay algo en él que me intriga profundamente. Pero no estoy segura de qué es,” admitió Jade. Adrian asintió lentamente, tratando de ocultar su preocupación. “Solo ten cuidado, Jade. A veces, las personas no son lo que parecen.” “Lo sé, lo sé,” respondió Jade. “Pero no puedo evitar sentirme intrigada por él.” “Bueno, mientras seas cuidadosa, no veo problema. Pero no olvides tus estudios. ¿Cómo te va con ellos?” cambió Adrian de tema. “Me va bien. Aunque a veces es un poco abrumador, especialmente con todas las lecturas y proyectos,” dijo Jade. “Lo sé. Mi proyecto final me está volviendo loco. ¿Te imaginas tener que analizar la economía de Grecia antigua y compararla con la moderna? Es un reto,” comentó Adrian. “Eso suena fascinante, Adrian. Siempre me ha gustado la historia económica,” dijo Jade, interesada. “Deberíamos juntarnos a estudiar algún día.” “Definitivamente. Podríamos intercambiar ideas y ayudar a que nuestros proyectos sean más interesantes,” respondió Adrian. La conversación continuó mientras pedían sus bebidas. El mesero, un joven con una sonrisa amigable, se acercó a su mesa. “¿Qué les gustaría pedir?” Mientras Jade le sonreía con cordialidad al susodicho, no se dio cuenta de la sonrisa que le causo a su acompañante. “Un café latte para mí, por favor,” dijo Jade, para después enfocar su mirada en su amigo. “Y yo tomaré un espresso,” añadió Adrian. El mesero asintió y se retiró para preparar sus pedidos. Mientras tanto, Jade y Adrian continuaron hablando, tocando temas que iban desde sus estudios hasta anécdotas de la universidad. “¿Te has dado cuenta de cómo el profesor Thompson siempre usa la misma corbata los lunes?” preguntó Adrian, riendo. “Sí, es algo que no puedo dejar de notar. Es como su amuleto de la suerte,” respondió Jade, riendo también y encogiéndose de hombros. “Supongo que todos tenemos nuestras pequeñas manías,” comentó Adrian, sonriendo. “Aunque algunas son más notables que otras.” Jade asintió, disfrutando de la compañía de Adrian. “Es verdad. Y hablando de manías, ¿has notado cómo a la gente le gusta hablar de los dioses griegos en términos tan humanos?" “Sí, siempre es interesante ver cómo proyectamos nuestras propias cualidades en ellos. Supongo que es una manera de hacerlos más comprensibles,” dijo Adrian, con un tono que ocultaba su incomodidad. “Exactamente. Y a veces me pregunto si nosotros, como humanos, no estamos reflejando esas mismas cualidades divinas en nuestras vidas,” añadió Jade, con un tono pensativo. “Quizás lo estamos,” respondió Adrian, mirándola con una mezcla de admiración y afecto, sintiendo esa punzada de celos que tanto le incomodaba. “Quizás todos llevamos un poco de esos mitos en nosotros.” La conversación continuó, abarcando temas desde sus estudios hasta anécdotas divertidas de la universidad. Mientras la tarde avanzaba, Jade se sentía más relajada, disfrutando de la compañía de Adrian sin sospechar que él también guardaba secretos.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR