Llegamos a la isla y a empujones nos meten en la casita. Nos quitan la venda de los ojos y las cadenas. —Si esos eran mis hombres de seguridad, no tardarán en encontrarnos, estoy seguro. —Me observa preocupado—. ¿Te encuentras bien? Asiento y me voy a la habitación. Me deslizo en la cama y trato de calmarme; esto está siendo muy difícil para mí. Él entra a la habitación, se sienta junto a mí y me abraza. —Ya sé por qué me tienen secuestrado a mí, lo que no entiendo es por qué te secuestraron a ti. Me quedo viéndolo por unos minutos, pensando si le digo que ya sé cuál es el motivo por el que estoy secuestrada o mejor no contarle nada para que no corra peligro. Ni siquiera puedo avisar a mi jefe de que nos quieren matar. Prefiero no ponerlo a él en riesgo también. Me ve, pero tampoco me