Monteiro —¡Monteiro! —el inesperado grito de Domenico me sacó de mis pensamientos—. ¿En dónde tienes la cabeza? Me siento un tonto, pareciera que le hablara a la pared. —Lo siento, tengo la cabeza en mil cosas y anoche no pude descansar. —Lo sé, justo te decía que te ves pálido y no has querido comer en todo el día. ¿Algo en lo que pueda ayudarte? —No, tomaré un energizante y me enfocaré en lo que debo, no te preocupes, mejor dame una hora para reponerme. —Olvídalo, mejor… —silenció, pasando su atención de mí a algo a mis espaldas—. ¡Nilo! —mi cuerpo se tensó, a lo que metí mi empuñada mano en el bolsillo controlándome. —Padre Domenico, Padre Monteiro. —Hijo, llegas como caído del cielo. —¿En qué puedo servirles? —Quiero que lleves a Monteiro a su casa… —Estoy bien, no necesito i