Voy por mi auto al parqueadero del teatro y cuando salgo, mi esperanza de que Amelie haya conseguido un taxi se ve opacada, pues su cara de angustia, desesperación y frustración es cada vez más notoria. Respiro profundo y supongo que es una buena oportunidad para pasar a saludar a Alexandre, pues no nos vemos desde el día que estuvo en el teatro y me gusta conversar con él, ya que es un hombre muy centrado e interesante.
—¡Amelie! —la llamo al bajar la ventana de mi convertible y ella me mira frunciendo el ceño y la nariz —. Súbete y te llevo a tu casa —sugiero y ahora me mira seria y levanta una ceja.
—No me subo en el auto de pervertidos —contesta, haciéndome bufar y voltear los ojos.
—Te recuerdo, que tú fuiste la que grito, dándome a entender que algo pasaba y tenlo por seguro, d
