Se podía escuchar el pitido de la máquina de al lado, el catéter con el conteo de solución que llevaba a la jeringa en el brazo de Minerva e incluso el sonido de los autos a lo lejos, a causa del silencio que se había apoderado de la habitación. Incluso Stefano había dejado de respirar y cuando su cabeza comenzó a dar vueltas y sus pulmones a arder, tomó una bocanada de aire, sintiéndose ligeramente mareado. —¿Qué has dicho, piccola? Minerva inspiró profundamente, preparándose para lo que estaba por acontecer. —Lo que oíste, Stefano —lo miró imperturbable—. Quiero el divorcio. Él no daba crédito a sus oídos, le parecía que estaba metido en una fea pesadilla. —E-eso no es posible, Minerva. Yo… —¿Ah, no? ¿Y por qué? Dime… —¿Por qué has tomado de pronto esa resolución? Ella apretó l