Stefano revolvió sus cabellos con frustración, buscando justificarse. —No me eches toda la culpa a mí. Con ese vestido que le has puesto ¿De verdad crees que puedo bailar con ella y luego volver tranquilamente a mi labor de relaciones públicas? —reprochó—. No soy de piedra, Bianca. —Pues hijo, lo pareces, que digo de piedra, de acero... —puso los ojos en blaco—. Espero que se te sequen las bolas por cabrón. Ahora dame la llave. Este resopló, convencido. —No, iré yo a buscarla. Creo que la empresa va a tener que prescindir de mí lo que queda de fiesta. —Está en la terraza. Stefano se dirigió hacia la terraza. Minerva estaba sentada de espaldas a la puerta, en un banco mirando hacia abajo, con la mirada perdida en los jardines y la piscina. Al sentir pasos volvió la cabeza y al verle