Cada vez que el carbón se deslizaba por el papel producía un sonido conocido y familiar, Yadira estaba relacionada con el aroma de la pintura, la música del arpa y la sensación del barro cuando se le daba forma o los colores que este tomaba después de ser dejado en el horno.
– ¡Quédate quieta, niña!, su alteza el príncipe debe quedar encantado con tu retrato, necesitas mostrar tu belleza, cariño, no te muevas – dijo su madre y ella hizo su mejor esfuerzo por permanecer quieta con la espalda recta y los hombros hacia atrás.
Estaba bien casarse con un hombre al que solo había visto una vez, porque era su destino, impuesto por sus padres desde muy joven, y estaba bien porque se trataba de un hombre honesto, apuesto, inteligente y valiente, todos en el imperio lo decían, el príncipe Crisoldo
