Retrocedo y niego. No es cierto. El aire se escapa de mis pulmones al saber que estoy embarazada. Un hijo no está en mis planes. Mis manos empiezan a sudar y me pongo muy alterada. —Tal vez te equivocaste, Griselda. Las pruebas a veces no sirven —balbuceo. Busco alguna excusa tomando la caja y la prueba para tirarla a la basura, pero ella me la arrebata. —No, señorita Mía, esta prueba es la más cara. No puedo equivocarme porque tengo un hijo y sé los síntomas. Pero ¿cómo pudo pasarme esto si siempre nos hemos protegido? Bueno, solo hubo dos ocasiones en las que él no usó protección. —¿llamaste a Estefanía? —indago, asustada. —No, pero si quiere la llamo ahorita. —No, no. Por favor, suspende mis reuniones. Te encargo el resto del trabajo. Si alguien viene, dile que estoy indispuesta.

