Placer desenfrenado fue lo que viví anoche. Es la primera vez que me siento con tanto deseo por volver a estar con la misma mujer. El solo pensar en tenerla bajo mis sábanas de nuevo se me hace agua la boca. Quiero disfrutar del sabor de su cuerpo y escucharla decir mi nombre mientras disfruta locamente de mis caricias.
—Esa mujer es increíble e insaciable —musito.
Sonrío como un idiota al recordar lo que pasé entre mi rival y yo.
No puedo sacar de mi mente todo lo que pasamos en esa habitación. La noche fue tan infernal. En mi mente revivo una y otra vez nuestra pasión. La imagino sobre mí montándome como una domadora. Fue tan letal que me hizo rendirme ante ella. Deseo volver a repetirlo, es más que obvio. Quiero que se vuelva a repetir, pero esta vez quiero más de lo que pudo darme. Deseo acariciar su cuerpo como esa noche, saborearlo y disfrutarlo mucho más que antes. Nunca antes una mujer tomó las riendas de esa forma tan feroz en la cama. Siempre era yo quien tenía el control, y eso me aburrió, supongo, pero esta mujer es distinta a las demás. Ella sabe cómo dejar a un hombre embrujado con sensuales curvas. Los comprendo ahora. No puedo dejar de pensar en ella ni puedo sacarla de mi mente. Sus gemidos y su voz pidiendo más eran una hermosa melodía que quiero volver a oír.
—Tantos años discutiendo cada vez que nos encontrábamos —hablo con mí mismo sin creerlo—. Quien diría que terminaríamos en una aventura. —Apoyo mi cabeza sobre el respaldar de mi silla—. Que ironías de la vida.
—¡Señor! ¡Señor Gabriel!
La voz de mi secretaria me hace despertar de la burbuja de los recuerdos eróticos. Observa mi mirada perdida en un punto fijo que no es ella. Paso mis manos por mi rostro para que Mía deje de invadir mi mente.
—Aquí tengo la información que me pidió, señor Gabriel. También debo recordarle que tiene una cita con el presidente de la corporación Hoffman de Londres.
Me confundo al contemplarla; no parece molesta conmigo, en cambio, parece feliz, demasiado, diría yo. Eso me extraña. Creí que estaría molesta conmigo después de haber cancelado nuestra cita. Pensé en verla en enojada, pero es todo lo contrario.
—Lleva estos documentos a los archiveros cerrados y guárdalos en la sección D. Después enviaré un archivo a tu computadora para que lo termines por mí.
—Sí, señor Gabriel.
Toma los documentos. Al acercarse, empieza a tararear una canción que escuché antes, no recuerdo dónde, pero la oí en algún lugar. El caso es que el verla tan feliz me ha dejado aún más confundido.
« ¿Por qué estará feliz?».
Ignoro el motivo y sigo con mi trabajo.
La puerta se abre de nuevo.
Al ver a mi hermano lleno de felicidad comienzo a atar cabos entre él y mi secretaría.
—¡Hey! —Cierra la puerta luego de entrar—. ¿Cómo te fue con la hermosa Mía?
Continúo con mi trabajo. Tengo muchos papeles acumulados que debo revisar, firmar y corregir. Intento concentrarme en el documento de firmas que debo de enviar a Londres, pero la insistencia de Alex me impide seguir, así que no tengo más opción que responderle.
—Bien. ¿Por qué la pregunta?
—¡Oye! ¿Acaso te hice algo para que me respondas de ese modo?
Dejo de ver la pantalla del monitor para verlo. Suspiro con frustración al saber que fui soberbio al hablarle de esa forma. Tiene razón, no me ha hecho nada como para que le hable así.
—Perdón, Alex. —Froto mis ojos al sentirlos pesados—. Solo no me siento bien. Con todo lo que pasó, no tengo cabeza para nada, incluso mi secretaría, Maricela, me dejó confundido. Está extraña. ¿Sabes algo?
—Eso es simple de responder. —Cuando sonríe, comprendo enseguida que tiene mucho que ver para que ella esté tan feliz—. Como tú cancelaste tu cita con Mari, yo decidí llevarla en tu lugar.
—¿Mari? —me burlo.
—Así la llaman las personas de su confianza.
Toma asiento frente a mí.
—Ahora tú eres de su confianza. —No puedo evitar reírme—. Mira nada más, así que era eso —suelto, anonadado—. Vaya que no perdiste el tiempo, Alex.
—¿De qué? —inquiere, confundido.
—Fue por eso que preguntaste por ella la vez pasada, ¿verdad?
—Me conoces bien. —Se ríe e inclina su cabeza hacia atrás—. ¿Sabes? Nunca me gustó tener citas sin recibir nada a cambio.
—¿Cómo? Entonces, no la…
—No. Ella es distinta a las mujeres con las cuales he salido, Gabriel, demasiado distinta.
—¿Qué tiene de distinta? —curioseo.
—En primera, es linda; en segunda, su torpeza, su sencillez y su inocencia me dejaron… confundido y desconcertado al mismo tiempo.
Comienzo a burlarme de sus palabras.
—¿Qué estupideces dices?
—No te rías. En verdad hablo en serio, Gabriel. Te juro por lo más sagrado que yo a su lado parezco el diablo.
—¿Y desde cuándo le ves tantas virtudes a una mujer? —Trato de contener mi risa.
—Gabriel, no todas las mujeres son iguales. Antes tenía los mismos pensamientos que tú, pero Mari es distinta.
—Ah, ¿sí? ¿Y por qué habría de creerlo?
—Ella es virgen, hermano. ¡Dios! Te juro que anoche que intenté tocarla o besarla me rechazó como si yo fuera un monstruo. La hubieras visto.
—¿Qué tan seguro estás de que es virgen?
—Por absurdo que llegue a sonar, pensó que con solo besarla la dejaría embarazada. ¿Puedes creerlo?
No puedo contener mi risa y ambos estallamos en carcajadas.
¿De dónde salió esta chica? ¿Cómo es posible que crea que con un simple beso la dejará embarazada? De solo imaginarla decir eso me muero de risa.
—Ahora veo que sí es virgen. —Intento controlar mi risa y limpio las lágrimas de mis ojos—. ¿Te imaginas de qué pueblito vendrá esta chica?
—No, hermano, pero después de que le aclaré todo, ella se moría de la vergüenza y se disculpó por su ignorancia. De igual forma, déjame decirte que sus labios son tan tiernos y dulces.
—Oye, oye, no me describas los detalles.
—¿Quién dijo que lo haría?
Sin darme cuenta, el tiempo pasa demasiado rápido al conversar con mi hermano.
Conversaciones como estas me hacen despejar mi mente de mis problemas personales y los que tengo en la compañía de mi familia. No obstante, ni siquiera esta conversación me hace olvidar los besos ardientes de Mía.
—¿En serio, amiga? —grita Cesia, emocionada—. ¡Que emoción!
—Shhhh. Cállate, Cesia —me río—, baja la voz. Recuerda que estamos en casa de mis padres. —Aunque se lo diga, gritará como una loca, por lo que cubro su boca—. ¿Acaso quieres que mis padres te escuchen?
—¡Es que es increíble lo que me cuentas, amiga!
—No es para tanto, Cesia. —Me encojo de hombros—. Solo fue sexo, eso es todo.
—¡¿Cómo que eso es todo?! —Se cruza de brazos—. Mía, ustedes no se podían ni ver a kilómetros porque siempre terminaban en una guerrera de nunca acabarse. ¿Acaso ya olvidaste el problema que causaron cuando tú tenías veintidós?
—Por supuesto que no.
Me dejo caer sobre la cama.
¿Cómo voy a olvidar esa noche que nos causó demasiados problemas? Ambos fuimos a una fiesta y, al igual que antes, comenzamos a discutir, pero nos excedimos y al final del cuento terminamos durmiendo en la cárcel. Por si no fuera poco, nos dejaron en la misma celda asquerosa.
—Pero recuerda que él fue quien empezó todo esa vez, no yo.
—Como sea. —Se lanza sobre la cama y hace a un lado el tema de la pelea—. Anda, dime cómo hiciste que se acostara contigo.
—Bueno, tenía un as bajo mi manga. —Miro mis largas uñas con una sonrisa llena de malicia.
—¡Ay! Por favor, dímelo, ¿sí?
Desea saber cuál es mi secreto, pero por más que insista nunca le diré nada, ya que si quiero manejar a ese hombre a mi antojo debo mantener mi promesa con él en pie. Además, me parece muy buena la recompensa que obtengo por mantenerme callada.
—Bien. No me digas nada.
—Perdón amiga, pero quiero tenerlo en mis manos, debo mantenerme callada.
—Ash, esta bien.
Cuando la tarde se acaba, Cesia se marcha un poco molesta conmigo porque no le dije nada sobre el secreto de Gabriel.
Aún me encuentro en mi antigua habitación. De la nada, se me ocurre una descabellada idea. Estoy cien por ciento segura de que él se negará, pero no tendrá más opción que aceptar todo lo que yo le diga si es que desea que guarde su secreto. Además, me estoy encargando de su problemita personalmente.
—Mía.
Giro mi vista hacia la entrada.
—Dime, mamá.
—Tu padre quiere hablar contigo.
—¿Sobre qué?
—No lo sé, hija.
Parece que mi madre no sabe nada. La sigo en silencio hasta llegar a la habitación donde se encuentra mi papá. Mi madre entra primero y él la recibe con una sonrisa cálida. Al verme, sonrío con ternura. No sé por qué, pero su conversación conmigo no será buena.
—¿Sobre qué deseas hablar conmigo?
Me acerco y beso su frente como saludo.
—Mi niña, no sabes la noticia que tengo —comenta muy efusivo.
Por su expresión y la de mi madre, mis nervios se alteran. Me niego a creer en lo que pienso, pero su alegría me indica que, en efecto, es aquello que me altera.
—¿Qué es, papá? —inquiero, nerviosa.
—Edmon y Miranda regresarán de Canadá el fin de semana.
—¡¿Qué?! —grito, sobresaltada.
—Mía, ¿acaso no te alegra que tus hermanos vuelvan después de mucho tiempo sin verlos?
—No —respondo con frialdad.
—¡Mía! —reprende mi madre—. ¡Debes estar feliz por su regreso!
—No, mamá, ni creas que lo voy a aceptar, es más, mentiría si digo que estoy feliz por su regreso. Ambos saben cómo es Miranda. Me alegra que Edmon vuelva, pero Miranda no. Ni crean que estaré aquí mientras estén de “vacaciones”.
—Pero, Mía…
—Pero nada, papá —espeto, molesta—. Desde ahora les digo que no volveré aquí hasta que Miranda y Edmon se hayan marchado.
—Mía —lo contemplo—, ellos ya no se irán, se quedarán a vivir aquí del todo.
Escuchar que ya no se irán me enfada más de lo que ya estoy. Cabreada, me levanto de mi lugar dispuesta a marcharme de la casa. No quiero estar presente cuando regresen. Pensé que me daría una buena noticia, pero no.
—Entonces… ya no volveré nunca más, papá.
Más furiosa que antes, salgo de la habitación y abandono al que un día llamé hogar.
Tengo tanta rabia acumulada que ni siquiera sé cómo quitármela de encima.
No estoy dispuesta a soportar a Miranda.
Ambos saben que ella jamás va a cambiar. Miranda sabe cómo manipular a nuestros padres para engañarlos, pero a mí no me engaña.
Hace cuatro semanas que no tengo noticias de Mía. Esperé su llamada cada día, pero ella jamás me llamó. Con el pensamiento de que no lo disfrutó como yo lo hice, me fui a un viaje de negocios. Pienso en ella día y noche con el deseo de volver a follármela. Hoy vuelvo a la ciudad de Phoenix. Extrañaba mi hogar. Estoy ansioso por ver a todos después de un mes fuera del país. Al llegar a casa, mi familia me recibe con los brazos abiertos. Sé las razones; la primera es por mi regreso y la segunda por haber cerrado con éxito un contrato con nuevos clientes.
—Felicidades, hijo —opina mamá con un furtivo abrazo—. Sabía que lo lograrías.
—Gracias, mamá. —La abrazo como nunca antes lo he hecho—. Te extrañé mucho.
—Felicidades, osito. —Estefanía me abraza y se cuelga de mi cuello—. Como siempre, tan exitoso en todo.
—Nadie me dice que no, y lo sabes. —Me río mientras la estrujo entre mis brazos—. También extrañé estos abrazos de oso.
Ambos nos reímos al disfrutar del abrazo que nos damos.
Suelto a mi hermana cuando veo a Alex. Él me abraza y me da palmadas en la espalda.
Lo que no me esperaba era encontrar a Maricela, mi secretaria, también en mi casa.
—Felicitaciones, señor Gabriel. —Se acerca a mí con algo de pena y me ofrece su mano.
Su brazo extendido espera mi respuesta.
Se lo estrecho.
—Gracias, Maricela.
—Sigue así, hijo, y verás que llegarás más lejos que tu padre. —No puedo evitar observarla con ternura—. Ahora solo falta que encuentres una buena esposa que esté a tu nivel para que sea tu mano derecha
Mi ternura por ella desaparece cuando dice esas palabras.
—Ya hablamos de eso, mamá. Si no deseas darme las acciones de las empresas, entrégaselas a Alex. Por lo que veo, habrá boda pronto.
—Ja, ja, muy gracioso —murmura con sarcasmo—. Tan exagerado como siempre. —Me fulmina con la mirada.
—¿Qué? ¿Acaso no están saliendo?
—Hace apenas una semana empezamos una relación formal, no es para que ya digas la palabra boda.
Aburrido y estresado, viro los ojos al verlo tan acaramelado con mi secretaría. Bien pueden esperar a estar a solas, pero tienen que besarse frente a todos. Mi familia, menos yo, ven con ternura aquella escena romántica.
Mi madre nos invita a pasar al comedor para cenar. Escudriña muy a fondo, demasiado, diría yo, la relación de mi hermano.
—Bueno, me iré a descansar. —Me levanto de mi lugar—. El vuelo fue largo y no logré cerrar los ojos durante mi regreso.
—Descansa, hijo. Mañana puedes tomarte el día libre.
—Si no tienes de que preocuparte, me haré cargo mientras descansas —habla Alex cuando termina su postre.
—Te tomaré la palabra y aprovecharé a dormir hasta tarde. Madre, hermana. —Beso sus mejillas para después retirarme—. Feliz noche.
Cansado, subo a mi habitación. Solo deseo cerrar mis ojos y dormir a mis anchas.
Cuando estoy a punto de quedarme dormido, el sonido de una vibración dentro de mi maletín llama mi atención. Lo dejo sonar varios minutos, pero parece que tiene una enorme insistencia en hablar conmigo que, molesto, me levanto para tomarlo. Al ver de quién es la llamada, sonrío. Cuando reviso el registro, me sorprendo. Tengo múltiples llamadas y mensajes de Mía.
Ansioso por saber de ella, le enviaré un texto, pero mi celular empieza a sonar de nuevo.
Contesto.
—Al parecer, Gabriel, te gusta impacientarme.
—Así que es en serio lo de ser tu esclavo —articulo con sarcasmo.
Después de tanto tiempo transcurrido, me volvió a llamar.
—¿Cuándo dije que era una broma? —Su tono es algo sensual.
—¿Y ahora qué deseas? ¿Algún fetiche s****l que deseas realizar?
—Necesito que hagas algo que no puedo hacer yo misma.
Pienso que me pedirá otra noche como el de la otra vez. Sin embargo, poco a poco mi sonrisa desaparece al escuchar lo que me pide
—¡Esto es el colmo! —reniego en voz baja.
Miro los estantes para distraerme.
¿Cómo diablos se le ocurre pedirme que pase a una farmacia por tampones, chocolates y pastillas para cólicos o dolores menstruales?
Estoy furioso.
Nunca en mi vida compré cosas como esas, ni siquiera para mi madre o mi hermana.
Al llegar a la caja para pagar lo que saqué de los estantes, la chica que atiende me observa por un rato, luego agarra los artículos y los pasa por la caja registradora.
Me siento avergonzado y más al imaginar lo que piensa la dependienta de mí.
Cuando me dice lo que he gastado, le entrego mi tarjeta de crédito. Me sonríe.
—Le recomiendo que para aliviar los dolores lleve esto. Aquí podrá verter un poco de agua tibia y colocarlo en su vientre, le ayudará a disminuir los dolores de su esposa.
—Me lo llevo también.
—Ya me gustaría tener un marido como usted para que me haga compras de este tipo sin avergonzarse.
No le respondo, solo tomo todo y salgo de ahí a pasos ligeros. Si me tardo un poco más, dejaré todo tirado y me largaré a mi casa. Ya fuera de la farmacia, entro en mi auto y tiro las cosas en el asiento del copiloto.
—¿Por qué diablos hago esto?
Agarro mi celular y busco la dirección que me dio de su departamento. Tardo al menos quince minutos en llegar y todo por no lograr ubicarlo. Subo al octavo piso, puerta número quince. La golpeo, mas no recibo respuesta. Creo que es parte de su juego, pero luego recibo un mensaje de su parte.
En una esquina verás un macetero, debajo de él hay una pequeña abertura en la madera del suelo, mete la mano y encontrarás una copia de la llave de mi departamento.
Busco la llave. Cuando la hallo, abro y cierro la puerta. Enciendo las luces para ver mejor, ya que todo estaba oscuro.
—¡Mía!
—¡Aquí!
Me dejo guiar por su voz, la cual proviene del final del pasillo. Abro la puerta y noto que estoy en su habitación. Vuelve a llamarme, así que entro para entregarle su pedido.
—¿Gabriel?
Abre la puerta —otra que se halla en la estancia— un poco para que le dé los tampones.
Nunca antes se me pasó por la mente pensar que Mía vive sola. Este lugar es amplío y todo está en total orden, dejándome estupefacto. Creí que al ser una chica mimada por haber nacido entre lujos tendría una criada o sirvienta.
Decido recorrer su departamento. Entretanto, ella sale del baño. En mi recorrido, comienzo a grabar en mi memoria cada rincón. El lugar es tan limpio. Está decorado con detalles minúsculos y es muy espacioso. Todo está ordenado, en su lugar y muy limpio. Tomo asiento en el sofá grande que tiene en la sala, pero más grande es mi sorpresa al ver una PlayStation con juegos de todo tipo.
—Sigues sorprendiéndome, Mía Fermonsel —murmuro mientras enciendo la play.
Hace tiempo que no jugaba en uno. La última vez que jugué en uno de estos tenía unos dieciséis años, pero los gráficos eran muy antiguos comparados con las versiones de hoy en día. Nunca compré una porque solo era la emoción del momento, dado que después no me gustaban y las dejaba en el olvido. Empiezo a jugar un juego de guerra, el cual es online. Selecciono un avatar de hombre.
«De seguro alguien viene a verla y juegan juntos en sus ratos libres».
Es la primera vez que juego este juego. Es muy interesante.
—¿Quién dijo que podías tocar mis cosas?
Se para frente a mí y bloquea mi vista del plasma.
—Por favor, me matarán por tu culpa —me quejo, molesto, y trato de hacerla a un lado.
Fastidiada, suspira, toma el otro control y empieza a jugar conmigo.
Ni siquiera siento el pasar de las horas.
Nunca antes disfruté con alguien que no sea de mi familia y mucho menos imaginé que me encantaría pasar momentos de diversión junto a ella.