Capítulo 7. ¿Por qué me salvaste?

1163 Palabras
—Camila, solo quiero estar sola ¿puedes irte? —Valentina habla en tono cortante cuando su hermana se acerca a ella en la popa del yate. El aire fresco proveniente del mar nocturno la despeina, pero no consigue alejar su pesar. Si no fuera porque la señora Victoria la obligó a venir y participar de este evento como la esposa del presidente de De La Vega Group, jamás lo hubiese hecho. Nada de lo que pasa aquí es de su incumbencia, tampoco las personas que están presentes. —Es bueno que sepas tu lugar —se burla Camila con una risita venenosa—. Quién lo diría… tú, la esposa y la hija legítima, y, sin embargo, eres tan pequeña e insignificante para ellos como una hormiga frente a un rascacielos. Valentina traga saliva y se agarra con fuerza al barandal. Siente cómo aquellas palabras la desgarran por dentro. Camila siempre encuentra el filo exacto con el que herirla. —No me importa nada de eso —miente, intentando contener las lágrimas que queman en sus ojos. Camila ladea la cabeza y sonríe como un gato que juega con su presa. —¿No te importa? No mientas, hermana. Sabes tan bien como yo que lo que más deseas es el amor de Alejandro y que nuestros padres, por fin, te vean. —¿Qué te he hecho para que me odies así? —pregunta Valentina con voz quebrada. Un par de lágrimas ruedan por sus mejillas. Por más que ella lo intenta, no logra comprender por qué Camila la ataca de esa manera. Cuando llegó a la familia cuando tenía ocho años, ella se puso muy feliz de tener una hermana, pero pronto descubrió que Camila no quería compartir nada con ella. Camila se inclina un poco hacia adelante, los labios rojos curvados en una sonrisa cruel. —¿Qué me has hecho? Nada, Valentina. Y precisamente por eso quiero quitarte todo. —Su voz adquiere un tono bajo, pero lleno de soberbia. Mira a los demás quienes se encuentran ajenos al intercambio entre hermanas—. ¿Quieres saber quién es más importante para todos en este yate? Antes de que Valentina pueda reaccionar, Camila toma su mano con fuerza. Y, sin pensarlo, se lanza al mar arrastrándola con ella. El agua helada las golpea con violencia. El grito de Valentina se ahoga bajo las olas. Es buena nadadora, sí… pero en piscina. No en un mar abierto, oscuro y embravecido a las diez de la noche. La corriente las separa casi al instante, arrastrando a Valentina cada vez más lejos de la embarcación. En la superficie, los gritos comienzan a llenar el aire. Invitados horrorizados corren hacia la barandilla. Algunos lanzan salvavidas, otros gritan órdenes confusas. Camila, con toda la teatralidad del mundo, bracea y grita desesperada. —¡Ayúdenme! ¡No sé nadar, me hundo! ¡Sálvenme, por favor! Valentina también grita, con todas sus fuerzas, pero sus voces parecen perderse entre el estruendo del mar y la confusión del momento. Ninguno de los presentes la mira a ella. Y entonces lo ve. Su corazón da un vuelco cuando Alejandro aparece entre la multitud, su chaqueta vuela al suelo antes de lanzarse al agua. Por un instante, Valentina piensa que viene por ella, para salvarla. Pero no. La imagen se graba en su memoria como un hierro candente: Alejandro braceando con fuerza hacia Camila. No hacia ella. Los gritos se confunden con el rugido del mar. Valentina entiende, con un dolor más profundo que el agua helada que la rodea: para Alejandro, ella nunca existió. En un yate cercano, un hombre está con una rubia despampanante disfrutando de su noche cuando un alboroto llama su atención. Se levanta y se asoma a ver qué sucede, y lo que ve lo deja pasmado. En el yate, a unos metros, alguien cayó al mar, y luego, apenas iluminada por la luna, una figura se aleja más y más de la embarcación, arrastrada por las olas. —¡Ayuda, ayuda! —grita una mujer desesperada. —¡Mierda! —exclama sorprendido. Observa por unos segundos a las personas en la popa del yate, pero ninguno baja a ayudarla. Ni siquiera la escuchan. —Alguien se ahoga, señor Callaghan —dice la rubia, con la voz temblorosa de miedo mientras señala hacia Valentina. Declan Callaghan reacciona sin pensarlo dos veces y se lanza al mar, mientras el capitán del yate maniobra para acercarse y ayudarlo. El agua está helada, pero eso no lo detiene. Con brazadas firmes y veloces corta las olas hasta llegar a donde la joven lucha por mantenerse a flote. —Te tengo —dice con voz ronca, sujetándola con fuerza. Valentina, agotada y confundida, apenas puede mantener los ojos abiertos. Lleva minutos intentando regresar hacia la embarcación, pero cada intento fue en vano. No sabe si alguien notó su caída o si, simplemente, no les importó ayudarla. Esa certeza amarga la llena de decepción, hasta el punto de querer rendirse. Pero entonces, esa voz masculina la arranca de la oscuridad de sus pensamientos, y en un instante se ve envuelta en unos brazos firmes que no parecen dispuestos a soltarla. El vaivén del mar los golpea con violencia, y Valentina apenas tiene fuerzas para rodear el cuello de su salvador, dejando escapar un sollozo ahogado. —Tranquila, estás a salvo conmigo —susurra él, aunque el oleaje le arranca casi la respiración. El yate se acerca poco a poco, y las luces del puente los iluminan en destellos intermitentes. Declan nada con determinación, impulsándolos hacia la seguridad de su embarcación. Cada brazada es una lucha contra la corriente, pero no va a soltarla, no mientras ella aún respire. Valentina, con la cabeza apoyada en su hombro, apenas alcanza a pensar que aquella no es la primera vez que alguien la deja a la deriva... pero sí es la primera vez que alguien la rescata. Declan la sujeta con fuerza contra su pecho. —¡Vamos, señor Declan, dese prisa! —vocifera el capitán mientras lanza un salvavidas. Con un esfuerzo brutal, Declan levanta a Valentina, asegurándola primero, antes de pensar en sí mismo. El capitán y la mujer ayudan a subirla a bordo, y apenas la colocan en la cubierta, Valentina tose, empapada, con los labios morados y el cabello pegado a la cara. Declan trepa tras ella, respirando con dificultad. Se inclina para revisarla. Su mano firme acaricia suavemente su mejilla fría para mantenerla consciente. —No te atrevas a rendirte ahora… —murmura con voz grave, casi como una orden. Valentina abre lentamente los ojos, y por un instante su mirada se cruza con la de él: intensa, preocupada, demasiado real en medio de un mundo donde nadie nota su ausencia. Su primer pensamiento es un susurro débil, apenas audible: —¿Por qué… me salvaste? Declan la mira como si la respuesta fuera obvia. Está a punto de responder, pero Valentina ya se ha desmayado.
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