El hospital huele a desinfectante, a silencio contenido. Arlette duerme con el rostro pálido, y su padre no se ha movido de la silla desde que llegó la ambulancia. Hugo observa cada respiración de su hija con una mezcla de miedo y rabia. Cuando Jean Carlos entra al cuarto, con la mirada baja y los hombros tensos, el aire se vuelve más denso.
Hugo se pone de pie despacio, con el rostro endurecido y sale de la habitación, Jean entendiendo le sigue.
—No quiero excusas —dice con voz ronca.
Jean Carlos traga saliva.
—Señor Hugo, yo… —intenta, pero el hombre levanta una mano para detenerlo.
—Tú sabías que mi hija no podía ir sola a ningún lugar. Lo sabías, Jean Carlos. —Su tono sube, sin gritar, pero con una firmeza que hiela—. Te contraté para protegerla, no para que te distraigas.
Jean C
