—¿Dónde estabas?
La voz de Alejandro resuena firme en medio de la semi oscuridad del salón. Camila se detiene en seco al cruzar la puerta principal. No esperaba encontrarlo despierto, y mucho menos así, sentado en el sofá, sin luces, con una copa de vino en la mano.
Su respiración se acelera apenas logra distinguir su silueta en penumbras. Mira el reloj. Pasan ya las once y media. Se muerde el labio inferior, intentando disimular la sorpresa.
—Dijiste que te sentías mal y que necesitabas descansar —dice Alejandro con un tono controlado, aunque la molestia se percibe en su voz—. Sin embargo, no has estado en casa todo el día.
Camila traga saliva. Sus dedos juguetean nerviosos con la correa del bolso.
—Como estaba aburrida y tú estabas muy ocupado en la empresa, le pedí a Rodrigo que me
