Declan entra corriendo a la sala de enfermería. Su respiración es agitada, el rostro tan pálido que parece haber visto un fantasma. Sus ojos recorren el lugar hasta detenerse en Helena, sentada en la camilla con un vendaje limpio en la frente. —¿Estás bien? ¿Te duele? —pregunta casi sin aire. Helena sonríe apenas, con los labios tensos. —Estoy bien, no fue nada grave. El corte no necesita más que desinfección. La enfermera ya terminó de atenderla y el vendaje es suficiente. Aun así, la tensión en los hombros de Declan no se disipa. Se acerca, toma el rostro de Helena con ambas manos y besa su coronilla como si temiera perderla. —Me asusté mucho —confiesa con voz rota—. Recibí decenas de mensajes de los empleados diciéndome lo que había pasado. Estaba en una reunión con Bruno en las af

