Capítulo 102. No hay moros en la costa

1551 Palabras

Camila se sobresalta cuando escucha un ruido afuera. Es un golpe seco, casi imperceptible, pero suficiente para helarle la sangre. Se endereza de inmediato, con el corazón latiéndole con fuerza. —¿Escuchaste eso? —pregunta en voz baja, mirando hacia la ventana. Rodrigo, aún tumbado en el sofá, se recuesta sobre un codo y la observa con gesto cansado. Está medio desnudo, el cabello revuelto, y sus ojos reflejan fastidio. —Camila… —resopla—, otra vez no. —Te juro que escuché algo —insiste ella, ajustándose la blusa con torpeza—. Venía del jardín. Rodrigo rueda los ojos, dejando escapar un bufido. —Eres una paranoica. Seguro fue el viento o un gato. Camila aprieta los labios. No le gusta cuando él la llama así. Aun así, su respiración sigue agitada. —Por favor, Rodrigo. Solo quiero

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