Sofía termina la tercera sesión del día, cansada pero satisfecha. El estudio está lleno de luces, cámaras y un leve olor a maquillaje que aún flota en el aire. La pareja frente a ella sonríe frente al lente, abrazados, susurrándose cosas que apenas se escuchan, pero que ella puede sentir al capturar la imagen. Ese es su talento: inmortalizar emociones. —Listo, creo que con esta tenemos suficiente —dice, bajando la cámara y mostrando la pantalla. La pareja se acerca, revisan y asienten encantados. Sofía sonríe con profesionalidad, aunque por dentro solo piensa en cuánto falta para terminar y poder irse a casa. En ese momento su asistente, Rose Thompson, aparece casi corriendo con el celular en la mano. —Suena desde hace rato, Sof —advierte con cara de disculpa. Sofía toma el aparato y,