Alessandra Ferrara. Me alejo de todos y trato de hacer oídos sordos, la ventana es el único espacio que puede considerarse solitario en todo el lugar. A mis espaldas, escucho las voces de las mujeres de esta familia, con sus ya cansinas protestas y ofensas; más mi hermano, hablando algo con el abuelo Fran. No sé qué esperan y aunque comienzo a impacientarme, sé que tengo que controlarme y aguantar. La mirada de Dylan está sobre mí. La siento. Y es su voz, también, la que se abre paso entre todas las demás. —¿Para qué necesitan un reportero? —Su tono no es conciliador. Y entiendo su postura, aunque no la comparta. A su ver, estamos invadiendo de cierta manera su espacio, imponiendo un tempo que solo nosotros sabemos cómo seguir. Es lógico su escepticismo, también su desconfianza. Pe