El sol comenzaba a colarse por las cortinas del hotel, iluminando con una luz suave la habitación donde Emma y yo habíamos pasado la noche. Podía escuchar el susurro de las olas del mar al romper en la orilla, un sonido que debería haberme calmado, pero mi mente estaba a kilómetros de distancia, atrapada en una red de pensamientos que no me dejaban en paz. Había pasado la mayor parte de la noche en vela, pensando en lo que le había confesado a Emma. La forma en que me había abierto a ella, como un libro que se despliega de golpe, dejando ver sus páginas más ocultas y llenas de dolor. Pero aún quedaban tantas cosas por decir, tantos misterios entre nosotros que sabía que no sería fácil tener una relación normal. Y a pesar de eso, la amaba. No podía con tanto peso encima, con las amen

