Vania Isabel —¿Esto es Lucelence? —pregunto en cuanto bajamos del autobús. Es una ciudad pequeñita, quizá del tamaño de Green Cold. Cuando llegamos es de noche y hay luces en los arboles sin hojas, faroles rojos en hileras y no hay ni un solo cable o poste de luz. —No —me dice y baja nuestras maletas del compartimento del autobús—, pero por sí te interesa, yo funde esta ciudad. Se me escapa una carcajada aguda — Sí, como no. —Es en serio —me mira con indignación y se apresura a rodearme el cuello con la bufanda caída que no me he ajustado yo—. Hay que cubrirte bien, no queremos verte convaleciente en una cama —entonces me mira de arriba abajo y me guiña un ojo—, al menos no convaleciente. —Răzvan, por el amor de Dios, controla tus hormonas —le reprendo, aunque su idea atrajo un po