Elisa odiaba los lunes, los encontraba demasiado monótonos y aburridos. Lo peor, era que una vez llegaba ese día, parecía que alguien oprimía los comandos: Copiar, Pegar. Y eso era el resto de su semana. El despertador sonó a las seis, con la cara aún pegada a la almohada, se preguntó si fingir una gripe contaría como acto de supervivencia. No lo hizo. Bajó de la cama, se puso el uniforme y fue directo al espejo: ojeras suaves, cabello castaño despeinado y un gesto que parecía pedir piedad. En la cocina, su madre hojeaba una revista mientras el olor a pan tostado llenaba el aire. – Buenos días, dormilona. – Mmm… – fue todo lo que logró decir Elisa. La rutina de la mañana era la de siempre, sus padres tenían una muy buena relación, la amaban y si se le ocurría salir de casa sin recibir

