Rubí Suaves besos eran esparcidos por mi espalda, dándome tantos placenteros y deliciosos escalofríos, por donde pasaran. Yacía sobre la cama, boca abajo, con él a mi lado. Su cuerpo me transmitía una calidez, que hacía que no tuviera ganas de moverme. Esto de seguro es a lo que llaman un maravilloso despertar. —Buenos días terremotito. —gemí al escuchar su voz. Era como si con ello también pudiera acariciarme, del mismo modo que su boca acariciaba y besaba mi piel. —Buenos días. ¿Qué hora es? —pregunté, frotando el sueño de mi rostro. —Aún es bastante temprano. —¿Y por qué me despiertas? —su respuesta pinchó contra mi muslo. Él quería más sexo. Su mano no tardó en comenzar a acariciar mi entrepierna, sus dedos ahora mojados, trazaban círculos, acariciaban y se hundían sin pieda