Lorenzo Uriel seguía bastante molesto, incluso mientras terminábamos de cenar, seguía manteniendo la expresión de fastidio en su rostro. Había intentado, inútilmente, sacar temas de conversación, decirle lo que había sucedido durante el día, lo bien que me había caído Jorge, pero solo recibía silencio de su parte. Su teléfono seguía apagado en la habitación y al parecer planeaba no volver a encenderlo al menos hasta mañana. Si tan solo pudiera apagar también sus gruñidos y bufidos, sería genial, pero no creo que lo haga y ni loco se lo mencionaría. Soy un poco bromista, pero no soy un jodido suicida, a este paso no me sorprendería que tuviera rabia. Pero cuando los bufidos aumentaron, mi paciencia se acabo y no tuve más remedio que tomar al lobo por el hocico. —¿Qué mierda te mo