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1240 Palabras
Mi papá estaba en la puerta tocando el timbre. No podía creerlo. Abrí con una expresión de culpa pintada en la cara y él solo me abrazó y sonrió. Lo hice pasar y fuimos hasta la cocina en silencio. Puse la pava para hacer mate y, cuando nos sentamos, comenzamos a hablar. —Me di cuenta desde el primer día que no estabas en Cancún. Me mandaste una foto bajada de internet —se rio. —Perdón, papá. Tenía ganas de estar sola y… —No hace falta que te justifiques. Te entiendo, no pasa nada. Te ves mucho mejor que hace una semana, pero me parece que estás un poco más flaca. ¿Estás comiendo? —Sí —mentí. En realidad no estaba comiendo bien. Si me acordaba de comer tomaba un té con pan, o un café y esa era mi comida en todo el día. Él hizo una mueca. —Te conozco. No estás comiendo bien. ¿Querés que te lleve de nuevo a casa? Mirá que te voy a obligar, eh. No quiero que te internen por desequilibrio… —Estoy comiendo. No tengo mucho apetito, pero creeme que lo hago —lo interrumpí—. Entonces… ¿no te molestó que te haya mentido? ¿Martín lo sabe? —Sí, Martín lo sabe. Pero no estamos molestos, entendemos que querías estar sola. Eso es todo. David comenzó a cebar y me di cuenta de lo mucho que extrañaba tomar mate con mi papá. —Anoche las chicas me llevaron a un boliche —comenté, para que vea que estaba empezando a salir de nuevo—. La pasé muy bien, estuvo bueno. —¿Sí? ¡Qué bueno! Me alegro que tus amigas estén apoyándote. Si te soy sincero, no pude aguantar la tentación y entré al perfil de Damián. Publicó que perdió varios amigos por dejarte, pero que él no iba a decir el motivo y que solo sus verdaderos amigos saben lo que pasó. —¿Todavía te tiene de amigo? —cuestioné, interesada. —Sí, se ve que no se dio cuenta de eliminarme. Pero fui tonto, le mandé un par de puteadas y amenazas y me bloqueó —se encogió de hombros—. De todos modos, sé dónde vive y es tan cagón que se va a escudar detrás de su papito. —Sin dudas. Yo fui a buscarlo a su casa y no estaba. Me atendió su papá diciendo que no tenía ni idea de por qué me dejó. Obviamente que era mentira. Cuando volví el idiota estaba acá llevándose sus últimas cosas. —Increíble. Eso no me lo contaste. —No te quería molestar. —Hija, no me molesta para nada. Es más, cuanto más sepa de esa rata inmunda más pruebas voy a tener para matarlo. Juro que lo odio. Tengo ganas de arrancarle la cabeza como a una gallina. Maldito que hizo sufrir a mi bebé… —Bueno, papá. Ya está. Seguimos conversando un rato más sobre cosas sin importancia. Como mi trabajo, las salidas y el desamor. Dos horas después decidió irse. En el umbral de la puerta me dio un beso en la mejilla mientras le daba las gracias por venir. Me abrazó, subió al auto y, antes de girar en la esquina, tocó la bocina en modo de saludo. Entré rápidamente a casa. Afuera estaba algo ventoso y de lejos se veían nubes de tormenta. La casa se sentía tan vacía cuando alguien se iba. Para colmo no podía dejar de pensar en Matías y en su baile sexy. Cada vez que lo recordaba no podía evitar sonrojarme. ¿Cómo era posible que ese chico me haya impactado tanto? Todavía me quedaba una semana más de vacaciones, pero ya estaba caminando por las paredes de tanto aburrimiento. Nunca extrañé tanto el trabajo. ¿Qué más podía hacer? Miré la hora. Apenas eran las seis de la tarde y yo ya tenía ganas de irme a dormir. Además, con el viento que había, las ventanas de mi habitación hacían ruido y parecía que alguien se estaba metiendo por ahí. Subí a cerrarlas, no quería a ninguna persona indeseada en casa llevándose mis pertenencias. Me quedé sorprendida cuando vi a alguien en el marco de la ventana, pero no era una persona, era un gatito hermoso. Su pelaje gris y abundante, ojos extrañamente verdes y cola larga me cautivaron por completo. Estaba lamiéndose el torso cuando llamé su atención. En el mismo momento que me acerqué para acariciarlo, saltó. Hasta los animales me abandonaban. Terminé de cerrar las cortinas y me senté en el borde de la cama, mirando a la nada. Tenía la mente totalmente en blanco así que decidí dormirme de una vez. Me bañé y alisté para acostarme y, ni bien me metí en la cama y me tapé con la frazada, sonó el teléfono. Maldita sea. Volví a levantarme y fui hasta el living donde se encontraba el aparato. —¿Hola? —respondí con tono cansado. —¡Hola Noe! —la voz de Ana resonó al otro lado del auricular tan fuerte que tuve que alejarlo de mi oído—. ¿Qué estabas haciendo? —¿La verdad? Estaba por irme a dormir. —¡No jodas! Son las siete de la tarde, nena. Ya pareces mi abuela. Me reí mientras ponía los ojos en blanco. Sinceramente no tenía ganas de hablar con nadie, después de lo de Damián, tenía varios altibajos en mi comportamiento. Podía estar feliz y decidida a olvidar en un momento, y al otro… podía estar en depresión total. —Sí, estoy cansada. ¿Cuál es el motivo de la llamada? —cuestioné. —Solo quería ver como estabas —su voz sonó triste, como si lo que dije la hubiera ofendido. —Perdón, Anita. ¿Estás disponible? Tengo muchas ganas de salir, me queda una semana de vacaciones y quiero disfrutarla. Me estoy aburriendo como un hongo y me siento sola, quizás por eso me siento tan cansada. —¡No se diga más! —gritó de repente, nuevamente con humor—. En veinte estoy en tu casa, ponete linda. Y cortó. Increíble, ni siquiera me dijo a donde pensaba llevarme como para vestirme para la ocasión. Dicho y hecho, veinte minutos después estaba tocando el timbre de la casa, era tan puntual que daba miedo. Apenas la vi, con un vestido súper formal, le dije que me espere, que me iba a cambiar de nuevo porque parecía una ridícula a su lado con mis jeans ajustados, camisa y botas. —No te preocupes, estás hermosa. Yo exageré un poco —respondió. Le hice caso y nos fuimos al auto. Realmente no sabía a dónde íbamos y tenía un poco de miedo, espero que no sea un club de strippers de nuevo. Agarró la ruta que nos dirigía al centro de la ciudad y diez minutos después estaba estacionando en frente de un bar. —Dicen que acá están las mejores cervezas y los mejores chicos —comentó. Me dieron unos retorcijones de nervios en el estómago. No tenía ganas de conocer a nadie nuevo, pero respiré hondo y entré al lugar. Era un bar muy común y por un momento pensé que era una cabaña. Tenía un ambiente muy suave, luz tenue, música delicada de fondo y todos los objetos, desde el techo hasta el suelo, eran de madera. Y de repente lo vi. Un escenario y un micrófono justo en el medio. Era un maldito bar karaoke. —¡Sabés que tengo pánico escénico! —le reclamé a mi amiga mientras nos sentábamos en una butaca justo al lado de la barra. —No es obligatorio que cantes, no te preocupes. Además, no me digas que no viste a los chicos… Me sonrió y dirigí una rápida mirada a los hombres. Eran todos comunes, nada de otro mundo. Excepto uno que destacaba del resto y estaba sentado justo en frente nuestro.
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