Los momentos felices no son eternos, es lo que siempre se decía, pero así como estos no duraban para siempre las tormentas también llegaban a su final. Para muchos era cansado luchar contra todos, terminaban abandonándolo y resignarse a perderlo todo. Pero aquella no era la postura para la pareja que dormía plácidamente después de un momento de intimidad, si bien estaban cansados de aquella guerra infinita, de las traiciones constantes y esas puñaladas que tanto dolían, haciéndolos sangrar y arder. Y mientras ellos dormían otros planificaban sus caídas, ansiosos de tomar posesión de todo lo que les pertenecía, dejándose gobernar por la avaricia y la envidia de poseer todo aquello que no era de ellos. Creyéndose merecedores de todo. —¿Qué piensas hacer, Bernard? —preguntó la mujer revol