Supermercado

1604 Palabras
Al mediodía regresamos a casa para almorzar con mamá y yo decidí quedarme con ella cuando se hizo la hora de volver al taller. Esta vez voy a acompañarla a hacer las compras al supermercado. Después de darme una ducha que termine de sacarme el pelo azul, me pongo un vestido y unas sandalias cómodas y salimos. Al principio pensamos en ir caminando, pero después recordamos que tenemos que regresar cargadas de bolsas y terminamos yendo en el pequeño auto rojo de mamá. —¿Cómo te estás sintiendo, hija? —cuestiona mientras conduce. Hago una mueca pensativa. —No sé, ma. Apenas voy un día acá y ya me crucé a quien no quería, es un gran problema —replico mirando por la ventanilla. Ella se ríe. —Pueblo chico, infierno grande, dicen... ¿Es ese chico, Rodrigo? Suele ir al taller de tu papá, le lleva muchos autos que después revende. —¿En serio? Bueno, supongo que es algo digno y si necesita dinero... —Mm, no lo necesita. De hecho, tiene bastante, heredó muchísimo terreno de su padre ya que es hijo único, así que si llega a vender eso sería bastante rico —comenta—, pero no creo que lo haga, está muy aferrado a ello. Bajamos del auto e ingresamos al supermercado. Mi mamá agarra el carrito mientras yo saco de mi cartera la lista que hicimos para no olvidar lo que tenemos que comprar. —¿Malena sigue viviendo en la misma casa de siempre? —cuestiono—. Quiero pasar a visitarla. —No, vive en la casa de tu primo desde que se casaron. Fue una gran sorpresa, ¿no? —Agarra varios paquetes de fideos y los ordena en el carro. Asiento con la cabeza. —Sí, pero se nota que son felices... —replico en voz baja. —¿Vos no sos feliz? —interroga mirándome con preocupación. —Sí, sí, soy feliz. Tengo todo lo que quiero, pero siento que me falta algo y supongo que es ese amor que me complemente y que todavía no encontré. Digo, sabés que salí con hombres, hasta hace tres días estaba saliendo con un chico, pero ni siquiera le avisé que venía para acá porque me daba igual. Y él tampoco se interesó, creo. —Seguimos avanzando hacia la zona de limpieza y agarra lavandina y jabón de lavarropas. —Yo creo que encontraste a ese amor hace años y te escapaste —contesta con aire distraído. Me mira de reojo mientras bufo. —¡Lo vomité, mamá! —exclamo. Ella sabe toda la historia, por suerte es madre y amiga y casi nunca tuve que ocultarle cosas. Se ríe. —Ay, Agus, estabas borracha... Él ni siquiera está molesto con eso, cuando lo veo en el taller de tu papá siempre pregunta por vos. Quizás lo hace para quedar bien, no lo sé, pero es como si realmente te extrañara. Doblamos en una esquina para dirigirnos a la zona de las heladeras, cuando algo la hace detenerse en seco. —Hablando del rey de Roma... —murmura arqueando las cejas. ¿Otra vez? ¡No puede ser! ¡Esto es una tortura!—. ¡Viene para acá, escondete si no querés que te vea! ¿Y en dónde me voy a esconder? ¡Esto es increíble! Agarro un paquete enorme de jabón en polvo y escondo mi cara tras eso, haciendo de cuenta que estoy leyendo. El paquete es demasiado pesado, pero no me queda otra que aguantar. —¡Hola, Graciela! —la saluda con entusiasmo. Asomo un ojo para mirarlo sonreír. Mi mamá le devuelve el saludo—. Hoy fui al taller y vi que contrataron a una secretaria, eso es muy bueno. —Sí, es una excelente chica —replica ella y sonrío—. ¿Qué te pareció? —Es agradable y... se ve bastante loca. Se pintó la cara de azul por no sé qué cosa de la piel... —Se ríe. Tengo ganas de mirarlo, pero todavía tengo que esconderme—. Creo que esa mujer necesita ayuda con el paquete de jabón... Abro los ojos de par en par mientras escucho pasos acercarse a mí. —¡No! —grita mi mamá. Puedo sentir la mirada inquisidora que le dirige Rodrigo—. Es que ya me pidió ayuda a mí y está leyendo sobre las instrucciones de uso. Es una chica medio... —Se queda en silencio, pero puedo notar que le hace un gesto de locura—. Pobrecita. —Mmm, bueno —responde con algo de duda—. ¿Y cómo está su hija? Hoy pensé por un momento que la secretaria podría ser Agustina, pero recordé que ella está trabajando en la capital, ¿no? —Así es —replica mi vieja sin pensarlo—. Está allá y no creo que vuelva. —Qué pena, era una chica muy divertida y en el pueblo no hay mucha gente así... La verdad es que si algún día vuelve me gustaría encontrarme con ella. —Se queda en silencio—. Graciela, ¿querés que te ayude con las compras? Yo estoy buscando cosas para el arbolito de navidad. —Se ríen. —¡No, yo estoy bien! No te preocupes, querido. Y respecto a lo de Agustina, voy a decirle que... El paquete se empieza a resbalar de mis manos y hago un gemido de sufrimiento intentando sostenerlo bien. Siento la mirada de los dos sobre mí y alguien que toca mis manos intentando ayudarme, estoy segura de que es él. —¡Rodrigo! —lo llama mi madre—. ¿Podrías pasarme ese papel? Está muy alto y no llego... —Las manos se alejan—. Le voy a decir a mi hija que venga para las fiestas y quizás puedan verse —prosigue mi mamá con rapidez—. Gracias. Intercambian un par de palabras más hasta que ella aparece para ayudarme a dejar el paquete en su lugar. —Ay, hija —dice—. Pobre chico, se nota que piensa en vos y está muy lindo, ¿por qué no le das una oportunidad? —No. No quiero saber nada con mi pasado. —Yo creo que el destino te lo está poniendo en el camino por alguna razón. Con tu padre me pasaba exactamente lo mismo, me lo cruzaba por todos lados hasta que tuve que darle la oportunidad. Y miranos, enamorados hace cuarenta años y con tres hijos divinos. Me encojo de hombros y no respondo. Solo sigo llenando el carrito con las cosas necesarias. No voy a mostrar mi cara ante él, no me importa lo mucho que pregunte por mí, mi vida sería peor si se da cuenta de que regresé. Lo cruzamos unas veces más desde lejos, pero él nunca nos ve. Está con auriculares y mueve los labios como si estuviera haciendo la mímica de la canción. No recordaba que los jeans le quedaran tan bien y está con una camisa verde cortada en las mangas, dejando lucir sus brazos. —Es muy bueno —sigue diciendo mi acompañante y ruedo los ojos. Está intentando convencerme hace media hora de hacerme notar, pero la estoy escuchando de a ratos porque mi cerebro se desconecta cada vez que lo veo. Finalmente, y gracias a Dios, lo veo desaparecer del supermercado. Mi mamá chasquea la lengua y niega con la cabeza. —Menos mal que te quedan dos meses acá, a ver si te ponés las pilas, Agus. —Para Navidad lo veo, ¿dale? Total, solo faltan dos semanas. Y yo creo que me voy la semana que viene porque no aguanto más este lugar. Que Delia me disculpe y romperé la apuesta, pero no puedo estar escondiéndome todo el tiempo. Está bien, es mi decisión esconderme para que él no me vea, pero no tengo porqué soportar a mi familia obligándome a que le dé una oportunidad. ¡Hasta mi papá me lo pidió! Es el colmo. Pagamos las cosas y, cuando salimos, depositamos las bolsas en el baúl del auto. —Malena me dijo que él vive a un par de kilómetros, ¿por qué está acá? —digo. Se encoge de hombros. —Es normal, tiene que comprar cosas para comer, hija. Además, no está tan lejos. Debe estar a unos tres kilómetros. Hago una mueca. Eso no es para nada lejos, si él anda en caballo llega al instante. Encuentro la biblioteca con la vista cuando pasamos por ahí y me hago una nota mental para recordar venir mañana. Necesito conexión con el celular, ya veo que tengo una emergencia del trabajo y yo ni enterada. Ella señala a lo lejos y me río al ver a Rodrigo sobre el caballo, haciendo equilibrio con las bolsas. Parece un maldito príncipe azul. —¿Vas a ir al taller de tu padre mañana? —interroga volviendo a manejar hacia casa. Niego con la cabeza. —No creo. Quiero ir a la biblioteca y visitar a Malena. Además, estaba pensando en sacar a pasear a Tesla —replico mirando hacia el frente. —Me parece perfecto. Cerca de casa hay una plaza muy linda para llevar al perro, te va a gustar. Y creo que tiene wifi libre, puede ser que te sirva para lo que necesites. —¿Cómo puede ser que haya wifi en esos lugares y en casa no hay ni señal? —pregunto con tono interesado. —El gobierno paga la señal y todo eso en los lugares públicos. Sabés que acá no llegan las grandes cadenas de redes, supongo que figuramos como puro campo en sus mapas. Llegamos a casa. Tesla nos recibe con ladridos, chupadas de manos, saltos al cuerpo y termina de tranquilizarse cuando mamá le tira un pedazo de pan. —¿Te gustan los panqueques? —pregunta guardando las cosas en la heladera mientras yo guardo otras en la alacena. Asiento con la cabeza—. ¿Querés que haga? A tu papá le va a encantar. —¡Me parece perfecto! Yo voy un instante a mi habitación, pero enseguida vuelvo a ayudarte. Le doy un abrazo rápido y subo los escalones de dos en dos hasta mi pieza. Cierro la puerta con delicadeza y busco en los cajones mi antiguo diario íntimo. Espero que mi yo del pasado me dé algún consejo sobre qué hacer en las situaciones ante Rodrigo.
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