Andrés Poco me importaba quién pagara el almuerzo o si me permitiría hacerlo cuando ganara dos o cien sueldos. Lo único que quería era salir de allí y tener el tiempo suficiente para pensar una excusa. A decir verdad, no sabía por qué se me había ocurrido decirle que el bendito Javier era mi primo, pues era obvio que iba a querer saber la historia inexistente del distanciamiento familiar y es algo en lo que, por raro que parezca, no se me ocurrió pensar cuando inventé tal excusa para justificar mi parecido con la persona que decía conocer. Saliendo de la oficina iba detrás de ella disfrutando de su caminar. ¡Me fascinaba el porte que tenía! ¡Me fascinaba toda ella! Era consciente de que debía disimular, pues todos nos estarían viendo. No obstante, era algo que ya había venido haciendo

