Vanina. Me pongo más que contenta cuando veo a Emanuel entrar a mi restaurante. Enseguida me saco el delantal, me lavo las manos, me peino un poco y salgo a recibirlo. Ya se sentó en una de las mesas del rincón y me sonríe cuando me ve. Amo esa sonrisa. Creo que jamás pude olvidarlo, pero desde que lo reencontré nuevamente en la degustación de los platos de la fiesta, mi amor por él volvió a crecer. Haría cualquier cosa para que él estuviera conmigo. —Hola, Ema, qué sorpresa verte por acá... Pensé que ibas a seguir durmiendo toda la tarde —comento con tono divertido. Él se ríe y niega con la cabeza. —No, la verdad es que me muero de hambre y mi hermano se comió todo, así que no voy a ponerme a cocinar un domingo a las cinco de la tarde —contesta manteniendo la sonrisa. Aunque igualmen