Emanuel. Sacudo mi cabeza y me dirijo a la cocina para tomar algo, todos estos juegos me dieron una sed terrible. Uno fue peor que el otro, y tener que pasarle la frutilla a la pequeña boca de Merlina casi me mata de un infarto. Estaba haciendo todo mi esfuerzo posible para no rozar sus labios, fue casi imposible, pero lo superé, creo que lo peor ya pasó. Ella se quedó afuera, mirando como juegan los demás y tomando algo hecho por un desconocido. Ojalá no sea nada raro. Tomo un par de tragos de un licor de huevo que mi padre me regaló hace poco. Me quema un poco por dentro, pero disfruto del calor abrasador. Ella entra en la cocina con una sonrisa de oreja a oreja. Me hago el distraído, pero hoy está tan hermosa que me es imposible no mirarla. —Permiso, voy a sacar unas latas —dice