Este tono, aunque no era el que había esperado, contentó prácticamente al señor Dorrit. Denotaba que el caballero, muy bien relacionado y no un simple artesano, le debería algo en el futuro. Expresó su satisfacción por ponerse en manos del señor Gowan y la esperanza de tener el placer de conocerlo mejor, de caballero a caballero. —Es usted muy amable —afirmó Gowan—. No me he retirado de la sociedad desde que ingresé en la hermandad del pincel (constituida por los tipos más espléndidos del mundo), y de vez en cuando me sigue gustando el maravilloso olor a pólvora, aun a riesgo de que me haga saltar por los aires, a mí y a mi actual vocación. ¿No creerá usted, señor Dorrit —prosiguió con otra carcajada muy campechana—, que me he vuelto un masón, como muchos de los que practican mi oficio (n